miércoles, 5 de septiembre de 2007

Percepción

En mi acepción de las cosas, “el mundo” es paradójicamente NUESTRA construcción del mismo. No vale la pena hablar de “un mundo” y nuestra existencia en el. Mas bien hablemos de “nuestra construcción” del mundo, las interacciones que nos llevaron (llevan) a construir de una determinada forma las cosas y por cierto cuestionarnos sobre las interacciones que nos llevan a relacionarnos con el entorno (y con los demás y sus propios “mundos”).

No es que estemos en distintas dimensiones, pero una cosa, un concepto, nunca va a llegar a ser una verdad absoluta, puesto que, si lo es, jamás llegaremos a alcanzarla (o nos es muy esquiva). Por eso nos conformamos con nuestro entendimiento, nuestra forma de desenvolvernos y al fin y al cabo “sobrevivir”.... nuestra construcción del mundo.

Recuerdo este verano en Brasil un sentimiento tan extraño como fantástico. El de “plenitud”. Todavía puedo cerrar los ojos y al imaginarme ciertos lugares, sentir una aproximación a ese “placer sin sentido aparente”. Solo por estar en Brasil. Y todos (el grupo que viajó) sentimos algo parecido. Fantástico... ¿pero simple?.

Todo es fruto de nuestra acepción del concepto “felicidad”, “amistad”, “compañerismo”, “disfrutar”, etc. Son conceptos que hemos aprendido (asimilado, edificado, pulido, cambiado, creado) a lo largo de nuestra vida. Lo genial de esto, y siguiendo en la experiencia de Brasil, es que todos vivimos de una misma manera “aparentemente” esa sensación en el país del sol. Entonces quedan dos posibilidades. La primera opción es que nuestra construcción de un concepto como “agrado” haya sido el mismo que el de los demás, y llegamos a la misma acepción (sensación, entendimiento, realización) del mismo. O bien, las construcciones fueron distintas y llegamos al mismo concepto (duele decirlo, a la misma “verdad”). No me inclino por ninguna de las anteriores alternativas. En este sentido, cabe preguntarse entonces ¿Qué sentimos? o bien, ¿Qué siente el otro realmente?... ¿Si ambos sentimos “pena”, no sentimos lo mismo? La respuesta es digna de Stephen Hawking: “No sentimos lo mismo, y si lo sentimos, nunca lo sabremos.” Y viceversa.

Y no me refiero a la intensidad (que claramente cambia de unos a otros, y de un momento a otro) me refiero a la forma, a la esencia del concepto en si.

Es tan frustrante como fantástico. Y se nos viene el fantasma de las dimensiones denuevo. Aparentemente vivimos en mundos distintos. Pero esta afirmación no tiene sentido, puesto que fue erigida sobre la base “lógica” de que “todos alcanzamos las mismas verdades”, todos somos “felices” cuando estamos felices, todos estamos “cansados” cuando lo estamos, pero no se hace ninguna diferenciación en el concepto en si.

Y es porque no puede haberla.

Hemos llegado a una conclusión todavía mas oscura (y/o interesante). Es de esta (y no de otra) manera que está definida nuestra existencia. Nuestro mundo no posee “una sola verdad”, o al menos, se escapa la misma de nuestras “fronteras” (y en el caso extremo, si la alcanzamos, jamás lo sabremos). De esta forma, nuestro “mundo” deja el carácter estatico al que el “prototipo” del mismo nos ha acostumbrado. Toma formas, colores, gustos y sensaciones infinitas e inequívocamente, cambiantes “según quien las mire”.


Al fin y al cabo SI vivimos en mundos distintos, pero no nos damos cuenta.

Y volvemos a Hawking, que con su paradoja de los gemelos viajando a velocidades diferentes por el universo, nos muestra como INCLUSO el tiempo es relativo según el observador.

Me detengo ahora, indignado. Todo es relativo, y lo mas probable es que este texto lo hayan entendido de una forma muy distinta a mi.

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