jueves, 1 de septiembre de 2011

La Flor de Liz

Oeste. Nacemos; irrumpimos. Ante nosotros una articulación, una historia que se detiene, un momento de civilización.  Sin pedirlo y sin introducción, surgimos.

De improviso somos parte de la sociedad que nos valora separados y que no anuncia con pompa, porque se asume, su promesa de oportunidades. En ella, alguna vez, personajes mitológicos no olvidados han forjado un país cuya democracia y forma de relacionarse permite el desarrollo libre de cada uno como un dibujo de propias y añoradas utopías. De pronto estas se acercan y las podemos tocar: pierden su carácter mágico para generar en nosotros una declaración de identidades, de expectativas, de proyecciones, de futuro.

Pero está también el Este. Sin que lo griten, porque nadie les pregunta: los de las promesas incumplidas. Los que nacen y, mal momento, reciben la omisión. La negligencia.

De merecerlo no habría en ellos frustración, pero el inesperado destino les niega lo antes prometido, la oportunidad de desarrollarse, de ser competitivos, de exigirse, de ponerse a prueba, de rendir: de perder y levantarse con mas fuerza.

Porque muchos ya han perdido.

Para nuestra sociedad lo que se promueve es un estado que debe, mediada la técnica, la constitución y las leyes, velar por los derechos e intereses de su gente, por su libre desarrollo, por su derecho a expresarse, por su derecho a competir y ser competitivos.

Esa declaración no puede construirse sin lo que es fundamental: la equidad en oportunidades.

La educación es, como poco, la forma de realización en la cual un individuo se construye, se instruye y se forma. Proviene de la familia, las instituciones educativas y de todo otro actor que para el individuo signifique crecimiento o construcción.

La educación está mas lejos del contenido que de la actitud: crítica, reflexiva, propositiva, humilde, inquisitiva, curiosa, entregada, relacional, noble.

Es, sin dudarlo, un camino a la equidad. Una apertura al mundo y a nosotros mismos.

El estado, coherente en el hacer, debe garantizar entonces el acceso a una educación de calidad a todos los que irrumpen, a todos los entrantes.

Pero el estado no es una institución asistencialista, no debe serlo. Debe ser un actor activo y fundamental: el norte, la flor de liz.

¿Quien mas que aquel debe retomar su rol en las universidades estatales para potenciarlas y exigirles: verdaderas herramientas de movilidad social?.

¿Quien quisiera, como aquel, tener una visión educativa de país, donde el valor agregado de cada individuo sea la riqueza de su país y no su medidor de desigualdad y miseria?.

¿Como podría negar aquél la necesidad de mejorar y potenciar la carrera docente, y de asegurar el acceso a una educación de calidad a aquellos que no pueden -porque no pueden-, pagarla?.

¿Como no medir con un sistema de acreditación con acceso a todo publico -para que el que irrumpa sepa-, el nivel de las carreras en instituciones que reclaman para si el titulo de educadoras?.

El "movimiento estudiantil" es para nuestro país lo que Hobsbawm propone como "ya no estar dispuesto a seguir aceptando una situación de inferioridad heredada".¹

No hay lugar a apatías, a desgano, a confirmar inercias. El movimiento ha levantado la inquietud y la flor de liz que simboliza el norte se redibuja.

Hacia el sur estamos todos, seguimos al norte, caminamos en la égida de una convicción que sabemos irrompible. Necesaria. Fundamental.

Adelante entonces.
Hacia el norte.




¹ Eric Hobsbawm "The prospects of Democracy" 2000.

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