miércoles, 21 de julio de 2010

Extraño Sentido

Lo que busca cualquier definición de “ser humano”, es darle sentido a una existencia que a ratos parece efímera, y a ratos parece hacerse innegablemente virtuosa y trascendente, por el mismo hecho de ser-existencia.

Lo concreto es que todo ser humano se define en cuerpo (que aporta las nociones empíricas) y mente (que aporta las nociones analíticas). Además su existencia implica entremezcladamente pensar, hacer y conocer (vista la inquisición, el feudalismo o las guerras mundiales del s.xx, no estoy tan seguro de la primera).

Ilustrar una concepción del mundo puede ser entendido como encontrar la propia filosofía, definir que y porqué pensamos y hacemos. Mas que una solución a paradigmas y problemas, se le concede un cierto sentido existencial a la acción: la definición del ser tiene que ver con el que y como, pensamos y hacemos. Esta “definición trascendente del mundo”, tanto seres concientes, se formula desde el aprendizaje de la cotidianeidad, hasta la mas elaborada metodología de reflexión y estudio. Es lo que llamamos ampliación de la conciencia, donde se reduce el contenido de lo no-conciente en forma de “utilidad” dirimida por el individuo.

La conciencia es intención, es un “pushing force” cuya esencia no puede ser descrita. En vez de eso, puede ser “implicada desde algo” que podríamos concebir como influjos de aquella intención. Y no me refiero exclusivamente a la intención racional sino a la chispa mas profunda que hace emerger todo acontecimiento que a la conciencia y a la constitución del ser humano en todos sus niveles, concierna.

Influjos de la intención:

a. HERE I AM
O “Aquí soy, aquí estoy”. El nombre revela que de este influjo se derivan dos opciones, en ninguna de las cuales el elemento humano “conciente” hace parte del análisis.

Así, la esencia de la intención puede ser un devenir biológico fruto de la evolución, que ha adoptado beneficios de su recorrer temporal y ahora tiñe como “elecciones” la deriva que expresa en el medio. La intención biológica es la que prima.

O bien una segunda opción, en una dimensión física y considerándonos como materia, producto de un devenir progresivo y temporal en la historia del universo, donde nada nos indica que este “evoluciona” sino que cambia de estado de mayor a menor orden, temperatura y densidad.

Demasiado biologicista la primera opción, e insatisfactorio no considerar el elemento “vida” en la segunda.

b. I CHOOSE
Ya concebir la intención como un fenómeno, nos da a entender que la “intención” como concepto figura en nuestra mente y además encuentra su esencia en ella, la conciencia no es nada mas que intención en constante proceso creativo. El ser humano es capaz de ejercer su libertad en proceso conciente y a ese proceso le adhosa sentido. De todas maneras la relación individuo-medio también tiene que ver en este proceso y enunciarlo así, aunque idealista, no deja de tener vestigios biologicistas.

Aunque son solo dos de un desconocido listado, este ser inserto en la temporalidad, en su circunstancia y existencia, “es” tanto ser biológico y conciente, lo que no desviará de estos dos focos el “argumento de sentido o intención”, para una teoría que no sea teológica. Es por eso que también debemos enunciar las teorías teológicas, que aunque innumerables, dejan espacio a 3 focos posibles generales:

1. GOD CHOOSES
En este caso es Dios quien representa el sentido, o bien, lo “elige”. Dios se puede concebir como ser absoluto o ser de los seres, por lo tanto, omnipotente -todo lo puede-, omnisciente -todo lo sabe-, omnibenevolente -representa un valor moral del bien- y omnipresente -está en todos lados y tiempos-. Y su revelación es la interpretación de las distintas religiones. La intención no sería “nuestra” primeramente sino de Dios, y nosotros tendríamos el raro privilegio de experimentarla. Demasiado místico.

2. GOD LET US CHOOSE
Iñigo de Oñez o San Ignacio de Loyola, concibe en Jesús (Dios que se hace padre, hijo y Espíritu Santo) la revelación del amor, y por ende del sentido encaminado en líneas de entrega, comunión y unidad con el prójimo en un contexto de libertad fraterna. Entonces la libertad y el amor, como definición humana en el acto de Amor de Dios (que nos muestra en carne y vivencia el mensaje de amor entre el hijo (Jesús) y el Padre -expresiones de El mismo-), es la que entrega sentido.

3. NO GOD
Dios no existe.

Luego, podemos relacionar el plano teológico con su escenario mas probable:

1. GOD CHOOSES
a) HERE I AM

2. GOD LET US CHOOSE
b) I CHOOSE

3. NO GOD
a) HERE I AM
b) I CHOOSE


* Como se observa, 2 es coherente con b) y 1 es coherente con a).
* A y B son explicaciones existenciales de sentido, o basadas en la existencia.
* 1,2 y 3 son explicaciones teológicas de sentido.

Asumirlo de manera teológica implica la paradoja de la existencia del mal, cuya formulación simple es “Si Dios es omnisciente, sabe que existe el mal, pero al ser omnipotente, al parecer quiere que exista. Si no quisiera, significa que no puede detenerlo y eso implicaría una negación de su omnipotencia.”

De esta manera, o Dios es malo, o no puede detener el mal, o no quiere o no sabe que existe y alguno de sus 4 atributos se ven violados y negada su naturaleza divina.

Pero, ¿quien sabe cual sea la voluntad de Dios? Al fin, “es bueno lo que Dios quiere que sea bueno”.

Esto nos deja en un callejón de cuatro salidas: un cruce.

Por un lado está Dios, quien le confiere sentido a nuestra existencia, innegablemente en un acto de amor (al dejarnos elegir o bien al entregarnos el mundo y la vida). La paradoja del bien y el hecho que nos ame son factores que sugerentemente cierran la puerta a esta salida en forma racional y la colocan en el ámbito de la fé.

Por otro lado, está el ser humano definido por su propia filosofía y encuentro con sus coherencias internas en una construcción y reflexión constante. Esta opción sugiere además un sentido muy poético de la definición de libertad. Nuestro sentido se encuentra en el acto conciente de elección libre.

En tercer lugar está el sentido entendido únicamente en la dimensión “biológica evolutiva” o bien “física universal” del ser humano. La primera nos asemeja a cualquier otra forma de vida, y la segunda a un trozo de materia en el vasto universo. En ninguna de las dos se considera la conciencia un elemento que haga alguna diferencia. Parece poco convincente; a la vez asusta.

Puede ser planteado también como una evolución de sentido, que en un primer momento fue biológico (evolutivo) y ahora con el surgir de la conciencia (hace menos de 30 mil años), ha tomado los matices que el propio ser humano ha querido darle en su “evolución diseñada”.

Esta última salida plantea una inquietud en la línea de que el sentido cambiará según las características de la existencia, lo que invierte la causalidad y le da un carácter primario a la existencia sobre cualquier otro “sentido” trascendente.

De todas maneras enunciarlo así propone el cuestionamiento sobre lo virtuoso de la conciencia y sus alcances insospechados. ¿Que es al fin la conciencia?

¿Atributo humano intrascendente, ejercicio de libertad o motor de sentido?.

Al menos hemos encontrado algo con certeza, una pregunta con sentido.

Propósito de Alteridad


A través de los años se han enunciado múltiples teorías acerca de la posibilidad de la solidaridad. La mayoría de las así llamadas “morales universales” concuerdan en que la solidaridad es un valor a considerar y respetar como máxima a la hora de actuar y vivir. Parece ser la mas sensata de las condiciones, pues no se le asocia solo al respeto sino al actuar en conciencia de ese respeto por la dignidad y la existencia del otro.

De esta discusión surge el término Alteridad, que no es mas que cambiar la propia perspectiva por la del otro. Es el descubrimiento que el “yo” hace del “otro”.

En las líneas de Ortega y Gasset este descubrimiento es aun anterior al propio descubrimiento del “yo”, cosa que no nos ha de sorprender si concebimos al ser humano como un “ser-social”. Somos haciendo, somos pensando, pero ambas posibilidades se dan siempre sobre el entorno social en el que el ser humano se ha desarrollado. Somos en nuestra constante -al principio dependencia luego relación- con el otro. Concebimos al “otro” cuando nuestra conciencia va en su encuentro, cosa que se da probablemente antes de concebirnos a nosotros mismos como un “yo” que actúa y existe.

En este encuentro entonces, que realizamos cada día con el que no soy yo, cobra vital importancia como concebir este “otro”, y en principio no hay razón para concebirlo con otra dignidad de la que no sea merecedor el mismo Yo. En teoría el otro nos es ajeno, pero instruirnos en su naturaleza igualmente humana abrirá puertas al respeto y la compasión. Es el surgir del “nosotros”, donde otro (tu) y yo somos parte de la misma entidad. El “nosotros” es experimentar la alteridad. ¿Pero que es la alteridad o cual es su importancia?

Es el comportamiento o cualidad que adquiere vigencia tangible en temas tan trascendentes como el desarrollo humano, la búsqueda de la comunión con los otros, la reflexión ética sobre la injusticia y la segregación, etc. Es directa consecuencia de aceptar nuestro mundo “social” y asimilar nuestra relación con el otro. Es la matriz de la relación interpersonal y la que por supuesto permite la aceptación, el respeto e incluso el cariño.

Es más específico que un acto de deferencia y compasión, mas transversal que una actitud de respeto y preocupación, es en otro termino, la estructura que posibilita la solidaridad. Es la vivencia desde el otro, en un cambio de perspectiva que el Ego no está hecho para soportar.

En ese sentido, los lineamientos de comportamiento que del ego se desprenden van muchas veces en sentido contrario al “nosotros”: a la posibilidad de alteridad. Su conformación revela una voluntad individual y no grupal. El otro, en el Ego no tiene cabida.

¿Pero que es lo que nos lleva a justificar la existencia de la alteridad, mas allá de un imperativo moral que parece obvio? ¿Porque ha de ser mejor que una vida individualista o en atención a nuestras propias preocupaciones, que al cabo, no son pocas?.

Investigar estas cuestiones atinge a todo aquel que conciba en el ser humano una naturaleza social y un sentido de pertenencia universal y no individual. No pertenecemos al yo, sino que el yo es relación, es pertenencia a un sistema mayor. Además, el yo funde en el nosotros, quizás su capacidad mas profunda e inexplicable: amar. No podemos descuidarnos.


“Lo que nosotros hacemos a los otros, y estos a nosotros, eso es lo que somos.” E. Levinas.

1. Punto de Partida

Nuestra interpretación del mundo dependerá en muchos casos de la visión filosófica que del mismo se tenga. En esa línea, me refiero a los acercamientos clásicos de la metafísica que entiende el “mundo” como un trozo de universo (realismo), como contenido de conciencia (idealismo) o como una perspectiva desde la vida misma (vitalismo de Nietzche o a los postulados de Ortega y Gasset).

En esa línea, resulta importante acotar que el punto de partida desde el cual hagamos un análisis no influirá en la atingencia de la alteridad como fenómeno relevante y digno de estudio, sino que sugerirá hacia él distintas líneas de acercamiento. Esto porque lo que está en juego es el objeto del discernimiento ético y el porqué del mismo, no quien o donde se ejerce.

Desde el primer momento el ser humano entiende su existencia con otros que no son el mismo, léase, no existe solo. ¿Cómo podría?.

De afirmar la primera línea de pensamiento enunciada, en el mundo tangible como una parte del universo, se observa la naturaleza humana como una conjunción de individuos en un constante devenir evolutivo basado en su funcionamiento social que determina diversas construcciones individuales. No habrá tal definición de individuo sin una necesaria “interacción”. La reciprocidad de las relaciones que en esa interacción se establecen es ambigua pero la importancia de su estudio es innegable.

De afirmar la segunda, explicamos el mundo en términos de contenidos de conciencia cuya forma específica de operar se basa en diversas construcciones mentales (como plantea el idealismo de Kant).  En ese sentido es innegable la capacidad nata de la conciencia de atender y analizar: herramienta de comprensión y vivencia. De esta manera, no es difícil concebir en la existencia humana la importancia de la relación con el otro y la necesaria reflexión que al respecto debe hacerse. Aunque el acto conciente no es determinado directamente por algún agente exterior, si ha sido desarrollada la capacidad de ejercer ese acto en relación a otros y en la vivencia de una sociedad basada en el intercambio y la construcción histórica de sus individuos.

De afirmar la tercera línea de pensamiento, no cabe mas que afirmar que desde la perspectiva del ser vivo, osea ser en circunstancia, este se encuentra inserto en una red social que no solo le permite venir al mundo y desarrollarse, sino tiene directa influencia sobre todos los atributos de su ser, cuales son estar, hacer y conocer. Lo que generalmente se entiende como realidad no es sino la síntesis de innumerables perspectivas en relación, y debemos avocarnos a este tema.

2. Camino Errado

Al comienzo de este estudio se atisban ciertos caminos que no llevan al descubrimiento de las posibilidades de la alteridad ni su justificación, para derivar así en explicaciones vacuas y errores que con el tiempo no han sido erradicados.

Si hemos de investigar la posibilidad de Alteridad, no es concebible enunciarla como una moral universal sin obtenerla desde una serie de argumentos a través de una deducción sensata. No es el propósito de este ensayo establecer una moral universal como dogma, ni menos fundar desde aquel la posibilidad de alteridad.

Decir que la alteridad se funda en los mismísimos derechos humanos no carece de absoluto sentido pero tiende a parecerse al error del “dogma”. Valores como la libertad y la igualdad son garantes de la declaración universal de DD.HH pero la alteridad como atributo humano no parece tanto un derecho sino una posibilidad. Además, siendo los derechos humanos un ideal, definir la alteridad como un valor parece mas una utopía que una deducción seria de la naturaleza humana y su observación en relación al medio y al prójimo.

Por ultimo, es común derivar de la alteridad una solidaridad narcisista, donde el “ir hacia el otro” se produce procurando el bien propio. Además, no es coherente fundar desde la alteridad una solidaridad que carece de un real espíritu de entrega para convertirse en una práctica asistencialista y de caridad, sin un real compromiso por el prójimo. La alteridad es el real cambio de perspectiva, en encuentro del otro.

En síntesis, no caer en la tendencia intrínseca y obstinada de la cultura occidental por volverse hacia lo que es conocido, cercano y propio: hacia los refugios del yo. Trascender esta tendencia es vital para comprender la alteridad en su real dimensión, transversal, constitutiva y emancipadora de las relaciones interpersonales y de la propia constitución del yo como individuo en relación.

3. Concepciones para una Ética.

En un primer momento, cuando se determina que nuestra corporalidad y eventualmente nuestra mente actúan sobre sus propios designios e intenciones, concebimos al Yo separado. Se concibe entonces el actuar y existir como una simple divagación inconexa, al estar definido el yo en su propia unidad como un ente individual. Su esencia es ser un punto de perspectiva singular, una y solo una manifestación: un ser-en-si.
El Yo es también distinto, de caracterización específica: único. La naturaleza humana implica que cada individuo sea minimamente (poco decir) distinto del otro, de lo que se deduce esta cualidad del Yo. La biología nos aporta verificación de lo que parece intuitivo: el ADN como estructura compleja nos define singularmente.

El Yo en su naturaleza es definido individual y único, pero esto no basta para comprenderlo en su totalidad. El yo, como ejercicio activo del ser, no puede restarse a los elementos que al ser subyacen: esto es, la acción (el ser-haciendo), el pensar (el ser-conociendo) y por ultimo su dimensión social o relacional (ser-en-relación).

Así las cosas, separados y distintos, pero no suficientes. Para definirnos no podemos solo dirigir la mirada hacia adentro, sino distinguir en nuestra interacción con el otro, el sello de nuestro desarrollo intelectual y la clave de nuestra posibilidad como seres. Aun así, el imperativo moral de la alteridad no surge de esta “dependencia del otro” sino de la conciencia del “otro” como yo mismo.

Enunciarlo de esa manera nos invita a recibir una conclusión inmediata: todo otro “yo”, léase el “otro”, comparte nuestra misma naturaleza y potencialmente nuestros mismos atributos: intimidad, aspiraciones, emociones.

Aquella esencia intangible y esquiva no es mía ni tuya en particular, sino nuestra.

Lo que ha separado la perspectiva, vuelve a reunir el reconocimiento de la dignidad.

Pero si analizamos al individuo, sobreviene en este análisis un fenómeno que hace de nexo entre nuestra naturaleza y su comprensión empírica, llamado Ego. Pero que es el ego: es la entidad que constituye el individuo, conciente de su propio ser e individualidad. Es nuestra forma de generar identidad, como ser en relación con el medio. Y como nuestra construcción, posee un carácter maleable e intencional.

Su validez radica en la propia aceptación que de ese ego se hace, constituyendo así un disfraz del yo. Ego que en casos como la generación de falsas auto concepciones, se aleja cuantitativamente de su esencia misma: representar al yo en su inserción circunstancial y relacional y su relación con el medio.

De ninguna forma el ego posee un carácter intrínsicamente negativo, pero su potencial engañoso radica en su forma de proceder: su esencia es constitutiva del yo en forma de “apego”. Ya sean expectativas, creencias, deseos o juicios, su construcción es potencialmente influenciada a cada momento por nuestras aspiraciones concientes e inconscientes.

El yo por su parte, no es mas que el ser que existe, consciente de su propia identidad, de su actuar, pensar y de su relación de Ego con el mundo. La existencia de ese “yo” es el vinculo constitutivo entre yo y circunstancia, y su desarrollo el resultado de la coexistencia con otros “yo”. Tanto el yo como el ego, son una construcción en relación con el otro. Su origen social nos remite a una condición inequívoca: somos con el otro y no de otra manera.

En las palabras de C. Gutierrez: “El enorme influjo de la relación intersubjetiva en la formación del individuo es patente en fenómenos como el lenguaje, la tradición y el trabajo; todos ellos formadores de los lazos relacionales que constituyen la sociedad y que perpetran, sin proponérselo, la identidad.”

Una primera luz parece desprenderse del análisis, nuestra naturaleza de iguales.

Por otro lado, reconocemos también al Yo como el verdadero gestor de la conciencia, esencia de la personalidad y la decisión. El motor de su movimiento no es oscuro ni indescriptible: soy yo.

El ego por su parte es la entidad que reprime y reorienta ciertos comportamientos de ese “Yo” en base a la concepción del individuo, de su propia creación de identidad y su relación con el medio. Porque el yo no necesita disfraz, aunque es llevado a los dominios ficticios del ego: plagado de proyecciones, creencias y aspiraciones. Sin embargo nuestra conciencia es la verdadera moderadora que dirimirá  a que aspiraciones el ego supeditarse y a cuales proyecciones no creer: es ahí donde debemos enfocarnos.

Solo reduciendo el ego a una entidad sensata, realizando un yo verdadero y coherente, podremos quitarnos la ceguera de una visión narcisista para actuar conforme a una, así entendida, “moral universal integradora”: el yo es igual de válido y virtuoso que todo otro yo, que no es mas que el otro. Otro, que en relación con el Yo, ha influído en su propia definición.

Recapitulando, nuestra naturaleza de iguales y la posibilidad conciente de hacer nuestra la realidad del otro para entenderlo, respetarlo y promoverlo son caminos que no pueden dejar de ser recorridos en la conformación del individuo de la sociedad moderna.

Aun dadas estas conclusiones, donde se concibe la posibilidad de una apertura al otro, esta no recibe mas que un carácter pasivo. No es un llamado a la praxis sino a la actividad conciente. En la realidad de un mundo social donde la comunicación y la interacción son fundamentales en la creación de un ambiente de respeto y una idea de “grupo”, donde las desigualdades y el sufrimiento humano no son detalles al margen sino la tónica histórica, donde además no hay una voluntad evidente para generar cambios y la soledad es una nube que se emancipa: restándonos de toda utopía, esto me parece insuficiente. Y no hablo de un llamado a la praxis, hablo de una justificación a ella.

Como dice Levinas, “Lo esencial de la Ética radica en su intención trascendente” que para mi no es mas que un reconocimiento coherente de nuestra naturaleza en pos de un estadio de paz y concordancia ulterior.

Un estado solo posible acercando a todo individuo a ampliar la conciencia y a actuar acorde a ese concebir “la importancia del coexistir con el otro”. Para mi, la verdadera apertura del ser: la apertura en manifestación y acción.

En el estudio de las relaciones interpersonales surge entonces en primera línea una pregunta sugerente: ¿Porque la alteridad es mas simple y evidente cuando se trata de familiares cercanos o amigos? El fuerte nexo que con algunas personas entablamos, es explicado por la apertura del Yo al otro en forma de intimidad. Ya no es otro el que co existe conmigo sino el tu. Yo y tu han traspasado barreras de comprensión para asimilarse mutuamente como iguales. Ellos han comenzado a fusionar su propia perspectiva del mundo.

Aquí yace una idea fundamental, en palabras de A. Gonzalez “no se trata de pasar del ego a un alter ego, sino descubrirme en el trato con muchos tus, como un alter tu”. No es entonces salirse de uno mismo para conocer al otro en intimidad como un “tu”, sino descubrirnos como otros tu.

Otro fenómeno deducido de esta “intimidad con los familiares” es que el nexo lo establecemos extrapolando una relación sanguínea a una fidelidad especial. Pero el merito no lo da realmente el origen biológico común sino el nexo que establecemos con el otro, en base a interacción, contemplación y confianza, para permitir “entregar” sin esperar nada a cambio. Una sincera apertura hacia el otro, es una apertura sin miedo y sin prejuicio. Es la base del afecto. Afecto sustentado sobre la base de una interacción, de un conocer-se. De un confiar-se.

Querer al otro por tanto es respetar: fomentar su libertad. Y en este caso, es cuidar, preservar. Es romper la barrera del ego para transportarnos hacia el otro en una acción de entrega basada en la confianza.

Hay que trascender esta intención emanada hacia el tu, este nexo radicado en la “intimidad” que compartimos, y prolongarla hacia el amplio espectro del otro, para concebir así un nuevo “nosotros”. En esencia, todos seremos parte de este nosotros que integra, que respeta, que atiende, que contempla, que “procura” al otro. Utópicamente, la sociedad como la gran familia. Pero no hablo de un nexo de amor con toda persona sino a contemplarla y promoverla en un acto de compasión. Ese es el nexo que promoverá la alteridad. Es querer al otro e ir en su encuentro.

Y el romper esa barrera tiene que ver tanto con la “atención” como con la negación de una tendencia egocéntrica.

Atención en el otro en actitud centrifuga. Desde el Yo hacia el otro sin miramientos: es el primer rasgo del amor. Es la intencionalidad en el movimiento en el que se “sale de si”. No queremos al otro para nosotros, sino nos entregamos a el para promoverlo, para respetarlo.

La apertura hacia el otro es un “ir hacia” el, no para estar con el sino para estar en el.

En este caminar conciente hacia el otro, el Dalai Lama nos da una luz: “establecer lazos donde no los hay”. No solo sin esperar retribución: tampoco hemos de esperar rechazo o cariño. Esta actitud ante el otro, antes de siquiera acercarnos, esta inundada de prejuicio y miedo: el camino de la contemplación es sugerido como aquella herramienta de acceso al otro a través de la observación, el respeto a su dignidad y libertad, que nos aleja del miedo. Es la negación de la ilusión individual en pos del acercamiento, que del otro barreras físicas nos han negado.

Establecer este nexo tan necesario es el único camino “hacia” el otro, que justificará en nuestra conciencia la tan buscada alteridad: el cambio de perspectiva desde el yo al otro. Y no solo eso, sino la semilla que dotara nuestra intencionalidad de un carácter centrifugo. Nuestra motivación en la relación con el otro, será empujada por un acto de amor ya no en la pasividad sino en la entrega.

La alteridad, no es difícil observarlo, es un contenido de la circunstancia humana. La manera en que se experimente esta alteridad, por el contrario, será un resultado del accionar de nuestra conciencia: de un giro conciente.

4. Pragmática de Alteridad o el Giro conciente

Que un comportamiento solidario no sea necesario en la conciencia para justificar de inmediato la alteridad, sino que esta sea evidente e inmediata como una manifestación de nuestro propio ser, sería un indicador del momento de transmutación en el cual la perspectiva del yo se ha superado para concebir al otro en su dignidad.

La cotidianeidad de la existencia nos entrega tanto fenómenos presentes como otros que no alcanzamos a percibir. Aquellos que escapan a nuestra atención, escapan además a nuestro horizonte conciente y se convierten en fenómenos “latentes”, no dados en la cotidianeidad.

En esa línea, aparte de las cosas que nos son presentes y por lo tanto de las que somos concientes, también nos atañen una serie de “cosas” que solo nos son dadas en la habitualidad y que “camufladas”, no son directamente percibidas como cosas. En palabras de Ortega, son “el modo propio de aquellas cosas con las que simplemente contamos en la vida”. Este concepto introducido por Ortega cobra relevancia al darnos cuenta que no solo hay cosas que pasamos por alto sino que una gran cantidad de elementos que nos definen como el lenguaje, los modos culturales, etc caben en esta categoría de habitualidad.

De esta manera, la tendencia a encerrarse en el yo viene de esta experiencia de la cotidianeidad, donde “concebimos” solo lo que nos es presente, pasando a veces por alto formas latentes y habituales que también conforman nuestra realidad y paradojalmente la definen. Es la construcción de una perspectiva. Es el yo en el aquí y ahora, que concibe el mundo de cierta manera.

Con pragmática de alteridad me refiero a las discusiones que la experiencia misma del ser y su dimensión relacional en el ahora, imponen sobre el tema de la alteridad. Discusiones ya no desde el enfoque genérico de humanidad sino desde el propio individuo, inserto en su cotidianeidad y referenciado en su propia perspectiva. Mas allá de la concepción misma de alteridad, su vivencia.

La circunstancia ha de ser experimentada, y como confiamos en la conciencia como atributo de análisis y emprendimiento, observar que es lo que podemos “hacer” mas allá del imperativo moral impuesto es algo raramente cuestionado. La idea de la pragmática no es recibir ideales sino como encarnarlos. Es la practica misma del discernimiento.

De esta manera la reflexión crítica sobre la construcción del “nosotros” y de la relevancia de la concepción del otro para la mismísima existencia del Yo, está generalmente ausente. La tendencia del individuo promedio es a no cuestionarse como ser-social y a recibir el paradigma que la sociedad occidental le hereda. Esto es especialmente grave cuando se trata de temas como la reflexión ética sobre la injusticia y el respeto a las diferencias culturales.

Desde una perspectiva histórica, el sistema occidental actual es consecuencia a posteriori de la revolución francesa y la escuela inglesa de filosofía política que en líneas generales establece estados de derecho donde todo ciudadano es igual ante la ley, y sistemas políticos basados idealmente en un austero concepto de democracia, donde el voto de cada individuo vale lo mismo. Podríamos decir que estamos mucho mejor que hace 500 años. Algo es algo.

Sin embargo esto no es suficiente.

Considerando cada perspectiva como única, busquemos la acción conciente: la vivencia real de la alteridad como un acercamiento al otro de manera de comprenderlo, reconocer su dignidad y naturaleza que compartimos, para trascender así la concepción del Yo como algo ajeno e inconexo con los otros. Es la praxis de un compromiso ético real.

Hay que cuidarse de justificar este cambio de perspectiva del yo al otro, desde la necesidad o el interés. Ambas, causas de un compromiso forzado y no verdadero.

Entonces debe de haber algo mas que nos lleve al conocimiento del otro, al enraizamiento profundo con su esencia y dignidad. Hecho que además nos haría respetarlo, obligatoriamente, como igual. Este “algo mas”, como proceso de búsqueda del otro, inequívocamente va ligado a la capacidad de atención.

Es la búsqueda de la acción conciente. En ella, el individuo común en el día a día necesita conocer y atender al “otro” para justificar el establecimiento de un nexo, que de otra forma es difícil adquirir y que nos permitirá cambiar nuestra perspectiva en pos de un mundo mas respetuoso, mas conciente y mas integrador.

En esa línea, podemos enunciar un orden en los factores que atañen al conocimiento de la realidad del otro en dos dimensiones: en cuanto al estar, y en tanto al ser:

En cuanto al ser:

El ser, como dimensión trascendente solo puede ser “conocida” a través del estar y el actuar, pero en termino amplio debe ser concebido teóricamente de alguna manera. En esa línea, no hay motivos para concebir al “ser” del otro, como un ser inferior o ajeno, porque sus distintos atributos no cambian su trascendente naturaleza de igual: de humano. Compartimos esta dimensión y bajo esta perspectiva no cabe en nosotros otra percepción que no sea de respeto, deferencia y aceptación del otro. Actitudes que solo se desarrollan claro está, a través del estar y el actuar en “nosotros”.

En cuanto al estar y actuar:

1. conocimiento de causa 2. atención – reflexión  3. reacción

Sugerido el esquema anterior, comenzamos nuestra búsqueda desde la atención, desde donde debemos inferir las causas que no se nos dan directamente en la relación con el otro. Es la necesaria aparición de la analogía desde la cual el Yo deduce consecuencias de la vivencia del otro, suplantándolo intencionalmente, para comprenderlo, para conocerlo. De ahí su importancia en el quehacer social, donde generalmente nos resignamos a no actuar con lucidez suficiente.

Solo elevando nuestro nivel de atención, ampliando nuestra conciencia, podremos en la observación y especialmente en el convivir e interactuar, ampliar gradualmente nuestro conocimiento del otro e inferir las “causas” que componen y definen su actuar, sentir, pensar y finalmente ser. Estableciendo de esta manera el nexo que nos convoque a no mirarlo con miedo, a no conocerlo en prejuicio y no juzgarlo como algo ajeno.

Sin embargo, como escribe Ortega, “no es la analogía la que me alcanza el tu sino justamente la interacción”. Es en el convivir, compartir y conocer donde efectivamente se deducen las “causas” que definen al otro, conocidas las cuales, será mas fácil para el Yo acercarse en movimiento centrífugo. En movimiento que sostiene al otro, que lo acepta y lo promueve.

No solo conocer su esencia de igual sino entenderlo, será el gran paso que herramienta conciente en mano, buscaremos. Es redireccionar la intención hacia el otro, en una búsqueda por el y para el.*

Esencialmente el compromiso ético de acción es entonces un compromiso de cariño por el otro. Es esta la mas dura y hermosa de las conclusiones. El cariño, como entrega, fue ayer la base de la formación del individuo. Y si no lo fue, hoy será el sello de una praxis ética que lo llame a un acercamiento del otro, al escarmiento del miedo, a la rajadura de los prejuicios, y a la consecuente acción centrifuga: acción de entrega.

Es vivir la espiritualidad ignaciana en la triple pregunta: ¿qué he hecho? ¿qué estoy haciendo? ¿qué voy a hacer?.

“Me parece que la primacía del carácter de excepcionalidad (por sobre el de diferencia) para referir al otro implica otras “actitudes” para el sujeto que recibe a este otro.”

El viejo filósofo francés Emmanuel Levinas no estaba equivocado y San Ignacio así lo anticipó.




Referencias.

“Sobre la Alteridad” Antonio Gonzalez
“El Hombre y la Gente” Jose Ortega y Gasset
“Critica de la Razón Pura” E. Kant
“Emmanuel Levinas o Lo excepcional como Ética” C. Gutierrez

Video recomendado:  http://www.youtube.com/watch?v=IjaUpiEn9z0















* Claramente esta intención es pura, y será evidentemente menoscabada en presencia de otros sentimientos humanos. A saber: odio, rencor, angustia, vergüenza, pasividad, miedo. Lease, mientras con el otro nos separe uno de estos sentimientos, será imposible direccionar la intención hacia el para conocerlo y entenderlo, y menos esperar hacia el una disposición de entrega. No sería mas que una afirmación de carácter utópico.

viernes, 9 de julio de 2010

Ojalá, no incomunicadas lineas.-

1. Sobre el lenguaje.

El lenguaje hablado y escrito, como premisa básica, es una forma de expresión que surgió como necesidad del ser humano en su largo proceso evolutivo. En una visión al estilo de Nietzche, surge producto del ofuscamiento y la frustración de un ser humano que intuía su potencial y no podía ejercerlo. Y en ese surgir, un flujo de “información” que se transmite en el tiempo mucho más rápido que el lento pero constante flujo “genético” característico de cualquier otra forma de vida.


Corresponde, al fin y al cabo, a un elemento constitutivo del ser humano como tal en todas sus dimensiones (intelectual, social, etc.). ¿Puede alguien pensar sin el lenguaje? Si, pero los “resultados” que de ello se deduzcan formalmente son limitados. Se encuentra además a simple vista una interacción entre “como” usamos el lenguaje y su relación con el mundo.

¿Construye el lenguaje nuestra realidad o la realidad la intentamos construir en lenguaje? Si delimitamos el ejercer conciencia, el pensar, solo a través del lenguaje, monopolizamos en el una dimensión trascendente del ser –que es el pensar- y ambas respuestas suenan a modesta garantía de éxito. ¿Cual es el verdadero rol de esta “entidad” –el lenguaje-, atribuida sesgadamente a la comunicación, cuyo rol tiene que ver incluso antes con la interpretación de lo que pensamos?.

Una luz sobre este oscuro asunto la entregan las investigaciones de Emmanuel Kant sobre el conocer en su famosa obra “Critica de la Razón Pura”: en ella, sienta las bases para una nueva concepción del entendimiento humano y su relación con la realidad: todo conocimiento proviene de la experiencia pero se construye en el entendimiento, por ende no hay relación “pura” con “el mundo en si”; somos participes de su “elaboración”. En ese sentido, el lenguaje juega un rol preponderante al constituir los “juicios” nuestra forma de “elaborar” y estructurar esta realidad aparentemente tan esquiva.

¿Que es entonces el lenguaje? Si acudimos a la lingüística, todo lenguaje por definición, posee características que lo definen; la gramática por ejemplo, define las estructuras que se podrán formar dado un conjunto de caracteres. El mas influyente lingüista del siglo XX, Noam Chomsky, definió categorías sobre las cuales se pueden definir todos los posibles lenguajes formales a concebir dado un alfabeto (jerarquía de Chomsky). Además, no con poca controversia, postuló la existencia de una “gramática universal” que ubica al lenguaje ya no solo como un conocimiento adquirido sino como un tipo de intuición intrínseca que viene en el código genético del ser humano y que se desarrolla localmente en cada cultura y lengua. Postura sostenida antes por filósofos como Platón. Interesante.

El lenguaje cumple variados objetivos, permitiéndonos en una función emotiva (de exploración del yo interior, de lo que pensamos, sentimos y finalmente somos), referirnos a un contexto (función referencial) y transmitir un mensaje (función poética) a través de un código (función metalingüística) y un canal (función fática), entre otras. Suscita especial interés la función conativa del lenguaje, que abarca y permite las formas lingüísticas de relación y comunicación con otro interlocutor, lo que da forma al dialogo. En esa línea, la función emotiva que se refiere y permite la expresión del yo también nos atañe, como un camino de dos líneas: expresión y auto-descubrimiento.

El lenguaje es una construcción intelectual que nos ha permitido no solo comunicarnos sino abrir líneas en los mas diversos sentidos: descubrimiento emocional, definición del pensamiento y transmisión de herencia cultural, entre otros.

2. Formas de expresión

Pero el problema no es el concepto “lenguaje” y su correspondiente análisis sino su “praxis”. Como forma racional y de una manera estructurada, permite la expresión basándose en un dominio de posibilidades dictadas por sus propias características –que lo definen- (reglas, formas, esquemas, letras, palabras, frases). Un historiador llamaría a no sorprendernos entonces con el surgimiento gradual de otras formas de expresión no “lineales” pero si interesantes. Interés claramente suscitado no por su forma de operar sino por su sentido no acotado de proceder y hacer. El lenguaje no se remite a las palabras y confluyen en su concepto las mas variadas formas de expresión, aunque no en una estructura formal. Algunos ejemplos son el lenguaje corporal, el “lenguaje” cultural que analizan los sociólogos, etc.

Las formas de expresión, como el lenguaje, tienen la capacidad de ser maleables, esto es, cambiar con el tiempo según el comportamiento de quienes las ocupan. Esto es una consecuencia inmediata de considerarnos seres dinámicos, en constante movimiento y cambio. La forma de expresión no será mas que un reflejo de esta esencia de ser. El lenguaje por ejemplo va adosando nuevos significados y vocablos a su uso en cada zona en particular. No hay consensos que eviten su cambio. Es mas, como forma de expresión y comunicación el lenguaje conforma un claro rasgo cultural, cuya influencia en la historia especifica es determinante.

Es, al fin, un ejercicio de libertad, activa y rebelde al silencio de la incomunicación.

Así entonces, el lenguaje formal ya no solo como forma de expresión sino como conformador de la realidad se antepone en nosotros como un nexo entre conceptos y pensamientos a través del “juicio”. Es en el juicio donde se funde la verdadera esencia del separar, del dirimir, del ejercer una voluntad de conciencia. El juicio toma un camino; es determinación para el propio ser.

Pero si antes de leer un libro, un viejo lector –en algún momento- debió aprender a leer; antes de escribir sobre el lenguaje como entidad comunicativa, cabe preguntarnos que es lo que “podemos” comunicar a través de el.

3. Conocimiento, lenguaje y ser.

Nuestra mente, espacio de discernimiento y procesos mentales, dibuja lo que obtiene a través de la intuición (sensaciones) en un concepto de realidad y cuando ese concepto invade la conciencia -como el agua que llena un espacio-, lo nombra entendimiento. Porque la conciencia no recibe un conocimiento, sino que se hace el.

Decir que de este proceso podemos obtener una definición clara de la “esencia en si” de las cosas es complicado. Me refiero a la verdadera realidad del objeto y no solo a su apariencia en nuestra mente como “fenómeno”. Incluso, si “la cosa en si” que buscamos no pertenece al mundo exterior y nos referimos a nuestro yo interno con sus emociones y sentimientos.

Tocar la esencia de lo que intentamos describir parece una tarea imposible. Mas aun con lo claro que se vuelve el debilitamiento de la creencia en un lenguaje perfecto, o al menos con la capacidad suficiente para establecerse siquiera como herramienta “contemplativa” de la realidad: no obtenemos un conocimiento “total”, y de tenerlo, tampoco podemos comunicarlo “totalmente”.

¿Pero entonces que podemos comunicar? Si no obtenemos notoriamente información fidedigna de las cosas “en si”, de lo que “hay”; desliguémonos de ese problema y asumamos la realidad simplemente como nuestro concepto de ella. Es lo que asumen los pensadores de una corriente mejor llamada “realismo ingenuo”. A mi entender, demasiado arriesgado pensar así, al estar hablando de un tema tan trascendente como constitutivo. No deja de ser pragmático, eso si.

La conciencia en una pausa. ¿A que o quien corresponden las representaciones de mis pensamientos? A mi “esencia” expresada en existencia, eso es claro. Al “entender” de mi entender, menos claro. Al fin, a nuestra propia representación de la realidad en forma de conciencia. “Es” ser y conocer. En palabras de F. Suárez SXVI, jesuita escolástico, “la distinción entre esencia y existencia es solamente una distinción de razón y de hecho”.

Concebimos al mundo de una manera, que no siendo exactamente “el mundo-en-si”, es la permitida y definida por nuestra naturaleza humana. En ese sentido cabe preguntarse en primer lugar si existe realmente el mundo-en-si, y en segundo, si algún nivel de conciencia puede alcanzar efectivamente aquella “distinción de razón” en la existencia de las cosas. Parece difícil encontrar una respuesta afirmativa no acudiendo al campo de lo teológico.

Pues bien, identificamos nuestra realidad y conciencia. Ambas, cualidades sugerentemente limitadas en y como un ser “independiente en su concepción de mundo” y que presenta un carácter puramente cognitivo. El aprender y nutrirse de conocimiento en forma de información ha sido nuestra bandera genotípica para arremeter de buena manera en el resbalín del espacio-tiempo. Claro que hoy nuestro conocimiento no solo fluye “internamente” en nuestro ADN sino también “externamente” en lo que Hawking llama “periodo de transmisión externo”, donde el ser humano ocupa el lenguaje como herramienta fundamental de traspaso y generación de información.

De esta manera entablamos la más sutil de las relaciones: ser y conocer, concepto ya abarcado por el científico chileno H. Maturana en su “Biología del conocimiento”. Conceptos definidos a cabalidad solo en presencia mutua: “somos” a medida que conocemos y conocemos a medida que somos. En esa línea, el lenguaje no puede ser visto ya como una herramienta sino como un facilitador de esta relación constitutiva que nos define además como seres humanos. El lenguaje no solo es herramienta de comunicación sino de conocer. Pensamos y nos relacionamos a través del lenguaje. Somos y conocemos en su iluminación.

Esta es una conclusión positiva de un fenómeno –el lenguaje-, en Nietzche denuevo, que nace de la frustración del silencio. ¿Pero que “sabemos” o conocemos?.


Asumimos nuestro entender como un “potencial” de acción y aprendizaje, un desarrollo de acumulación, depuración e interpretación de información que finalmente corresponde a nuestro “conocimiento”, léase, juicio sobre la verdad. Pero a la vez observamos que la “verdad” como entidad no reside puramente en nuestra mente ni tampoco en algún otro lugar. El conocimiento se refiere a un valor de “verdad”, que aunque ambiguo, debe ser investigado. Nuestros sentidos nos entregan información menos fidedigna de lo que quisiéramos a ese respecto. Con una sensibilidad acotada que a través del lenguaje es conceptualizada y entendida, conformamos una realidad perturbadora: ya no estamos seguros de que es lo que realmente percibimos y si de esto se deduce información realmente verdadera.

Empero lo anterior, sin la “intuición sensible”, aquella capacidad de percibir “sensaciones” a través de los sentidos de los que fuimos dotados, difícilmente podríamos generar algún tipo de conocimiento. Inequívocamente las sensaciones se convierten para nosotros en los nexos con la realidad sensible, aunque sus “explicaciones” sean poco convincentes. El privilegio de dudar deja de ser esta vez una posibilidad para convertirse en un imperativo.

Antecedente mas potente aun lo sienta la mecánica cuantica, área de investigación de la física que supone el entendimiento de los fenómenos ocurridos a escalas atómicas, nos muestra la vigencia de la ciencia ficción descubriendo a los humanos que el observador que mira el átomo en su trayectoria, es igual de responsable de los resultados de la medición como el átomo mismo. La presencia del observador ha perturbado al átomo mismo y este ha cambiado “su esencia”. La “verdad” del átomo existe si y solo si el observador la observa. De no mediar observador, muy probablemente esta verdad ya no sería tal. Es la relación complementaria de la mente con la realidad, del observador y lo observado. Un concepto de “verdad” que deja de definirse estáticamente; revelador al menos.

Es el primer acercamiento a una “realidad” que es tal solo para quien la nombra. La “verdad” aparentemente por primera vez, comienza a perder su carácter absoluto.

Este fenómeno es descrito también por A. Einstein quien expone, en su teoría de la relatividad, la singularidad de todos y cada uno de los sistemas de referencia existentes en desmedro de un sistema en particular. Es la validez de cada sistema de referencia (o bien, punto de vista) en cuanto a la realidad que se observa.

Es así como el conocimiento que queremos comunicar es participe de una realidad dinámica donde lo observado y el observador crean esta “verdad” particular que nos deja en incertidumbre y que es presentada en nuestra conciencia como entendimiento.

El cuestionamiento sobre si en realidad existe “la esencia” de las cosas y una “verdad” independiente de quien la observe excede el objetivo de este texto pero suscita al menos una gran interrogante puesta en forma de paradoja: el mundo claramente seguirá existiendo sin nosotros, pero sin un entendimiento que intente comprenderlo, ¿como podríamos, en esas circunstancias, preguntarnos siquiera si es posible “conocer” el mundo a cabalidad?. Nuevamente surge el observador como ente protagónico. El tema de la verdad va anexado inequívocamente a una conciencia que la interprete.

Entonces, ¿que sabemos o conocemos? Una versión particular de la realidad, tanto externa como interna. El lenguaje entra a jugar un rol trascendente en la comunicación de este entendimiento (cualquiera sea) y a su vez en la generación del mismo. El “ser - conociendo” tan intenso como el “ser – haciendo”. Dimensiones que nos dan una idea de la complejidad de lo que el “que conocemos” implica. En especial en su intrínseca relación con el “como somos” y “como nos comunicamos”. La praxis del concepto. Descubrimos la forma como un elemento atingente: el lenguaje como forma de ser. Forma de entender y además comunicar: forma de conocer.

El conocimiento, ya dinámico o estático, ya coherente o difuso, ya intuitivo o acabado, ya empírico –de la experiencia- o racional –del razonamiento-, ya verdadero o falso –si tal distinción existe-, ya emocional –particular- o conceptual –universal-, conforma lo que el ser realmente es y la virtud del lenguaje es ser nuestra forma de hacerlo explicito al entendimiento.

Ahora que ya sabemos mas o menos que “podemos” comunicar, aboquémonos al como.

4. Forma de conocer, forma de ser.

De esta manera, asumiendo nuestro “conocimiento”, si al menos no virtuoso, perfectamente válido entendemos la capacidad del lenguaje como un “propiciador” o canal de acercamiento tanto al conocimiento que poseemos como a este -controvertido al menos- conocimiento elevado o verdad. Puede ser visto como traducción de la emoción, canalizador de sentimientos e impresión de pensamientos. El lenguaje ya asume su rol de nexo con la realidad en base a un “como”. El como traducir el accionar de la mente. Es el cuestionamiento sobre las formas. ¿Como nos comunicamos?

Obnubilación de generaciones, el lenguaje escrito y formal ha sido nuestra gran herramienta propiciada por la conciencia para el desarrollo de sus capacidades comunicativas. Pero aun así, no es el único. Es el caso del arte y el deporte, por nombrar dos. Formas en las cuales el contacto con el “conocimiento interno” se da de formas, sino marcadamente mas intensas y emanantes, al menos distintas e igualmente constituyentes. Las emociones son la base estructural que nos compone y en palabras de algún filósofo olvidado, los colores que tiñen el lienzo blanco de la conciencia. ¿Como entenderlas y analizarlas? ¿Cómo expresarlas y comunicarlas? No es un tema simple, pero la razón no parece haber dado respuesta satisfactoria. Es la necesidad explicita de otras formas de expresión.

Y no es simple por su esencia. Nadie que se lo haya preguntado antes, ha encontrado la vivencia misma de sus emociones en un trasfondo completamente racional. La presencia emocional es explicita en nuestro lado conciente pero tiene mucho que ver con nuestro inconsciente. La poesía, en efecto, permite expresar a través de un lenguaje formal enriquecido diversas y hermosas aproximaciones al respecto. Otro problema adosado, ¿como expresar eventos de los que no tenemos completa conciencia?. Son los desafíos impuestos tanto a nuestra actividad cognitiva en proceso constante de auto-conocimiento, como también atinge a los límites y posibilidades del lenguaje.

Y es el lenguaje nuevamente quien se materializa en palabras y frases. Si nuestro ejercicio de conciencia tiene a la lógica como estructura, el lenguaje tiene a su gramática. Es el “como” está erigido el lenguaje, su forma de construcción. Las reglas que permiten, sean erigidos los conceptos. En esa línea, el lenguaje lleva además adosado como “bandera” un significado “susceptible de interpretación”. Dado un lenguaje de ciertas características, su “significado” (de sus partes como palabras, de sus estructuras como frases, etc.) es a fin de cuentas lo que nos permite derivar y estudiar el concepto de “alcance” del lenguaje. Que es lo que realmente es capaz de comunicar. Este concepto es abarcado por la semántica.

A su vez, claramente asumimos el uso del lenguaje en un contexto, una relación, un dialogo, un pensamiento, una emoción. Son los factores extralingüísticos que condicionan el uso del lenguaje, análisis llevado a cabo por la “pragmática”, que a primera vista puede parecer poco relevante sin embargo considerando que la interpretación adecuada de una frase no depende sólo de ese contenido “semántico” sino que requiere un contexto lingüístico particular para ser interpretada, la opinión cambia. En efecto, en el sentido de la emoción, una misma frase puede tener intenciones o interpretaciones diferentes según el contexto (una ironía, una metáfora o en sentido literal).

El “como” entonces se remite a las formas. La forma del lenguaje se basa en la gramática, la semántica (un significado) y la pragmática (un contexto). A su vez, el lenguaje es usado a través de una estructura mental específica. Sensaciones y percepciones se entremezclan con ideas que, en acto racional, son pensados en forma de lenguaje. A través de este, los pensamientos “aparecen” en conciencia. Es la conexión establecida por las formas.

5. Elementos que subyacen

Es el debate sobre el “que podemos” comunicar, “como” lo hacemos y “que” es el lenguaje. Pero hemos pasado por alto quizás la interrogante mas trascendente, ¿que hay mas allá? Mas allá de la expresión (como función), de su estructura (gramática, semántica y pragmática) y su motivación (reflejar el conocimiento tanto interno como externo), ¿que elementos subyacen al lenguaje como entidad dotada de cualidades?.

En todo tema a debatirse debe observarse primero las bases que históricamente han sido expuestas sobre dicho tópico. En el caso del lenguaje como nexo de conciencia y existencia, la fantasía de la sociedad occidental nuevamente nos presenta una apariencia de la que pocos se atreven a dudar: un lenguaje perfecto con el que todo lo podemos comunicar o si se quiere, un contenido de la conciencia capaz de ser comunicado a cabalidad por este lenguaje. Desechar este paradigma es el primer paso a una mejor comprensión de nuestra capacidad de comunicarnos y por cierto una invitación a dejar de mirar el lenguaje formal como forma univoca de expresión.

Por otro lado, aceptar la correlación intrínseca entre estado conciente e inconsciente es reconocer también la capacidad de la conciencia de expandirse, no en tamaño, sino en esencia. Definida en limitación, la conciencia se hace del espacio de la inconciencia en un flujo continuo pero no unidireccional. Es un tira y afloja. Y aquí entra en juego el concepto de “intencionalidad” porque ¿que conciencia se eleva naturalmente, sin el empuje de una intención?.

Empuje entendido también como la chispa incandescente de la voluntad.

En palabras de Kant, no cabe ser tanto ser, sin dimensión espacio temporal –o dimensión a priori- que lo conciba. Pues bien, esta chispa de intención puede ser interpretada como una manifestación intelectual del “ser” mediado el “espacio-tiempo”. El “ser-ahora” se define como ser en actividad presente: es el ser que delibera, que recorre su camino ejerciendo “su” libertad, que hace explicita su voluntad ya en el hacer, ya en el juicio. Es la conciencia como un “ir hacia”. Y la intención es la fuerza incontrarrestable de ese ir; de ese ser.

Rescatar esta manifestación intelectual de una manera tan pura como le sea posible es la dura tarea del ser humano que quiere conocerse a si mismo y reflejarla la tarea del que quiere comunicar su verdadero “ser”.

Interesante es el concepto sobre intencionalidad tanto en la conciencia como en el lenguaje: que el empuje no sea azaroso y sea deliberado, lo que devela un comportamiento racional tras su aparecer. En palabras de Husserl: “La intencionalidad no es tanto una propiedad de los actos psíquicos sino la estructura misma de la conciencia”. He aquí lo que subyace al lenguaje: no hay lenguaje que al ser usado, no haya sido a la vez pensado. El lenguaje como canal de intención, es un nexo explicativo y constitutivo del pensamiento.

En la celebre frase de W. Quine: “el modo en que el individuo usa el lenguaje determina qué clase de cosas está comprometido a decir que existen.” El lenguaje es, ni mas ni menos, que la razón en obra, en búsqueda -intencional e incansable- de la conciencia.

La oscuridad de no poder describir, por lo tanto no poder comunicar ni pensar satisfactoriamente, está al acecho. El lenguaje, en todas sus formas, debe ser enriquecido: usado su carácter maleable. Pero mas atingente, debemos tomar conciencia de su definición dinámica, al representar no solo una herramienta, siquiera una forma de expresión, sino un elemento constitutivo de nuestro pensar y conocer. De nuestro ser.
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Referencias.
• N. Chomsky, Conferencias.
• H. Maturana “Biología del Conocimiento”.
• E. Husserl “Ideas relativas a una fenomenología pura”.
• G. Montaldo “Mala Educación”.

Posibilidad

Julio, 2010.

Aquella situación en potencia, que no se ha dado pero que tiene la virtud de que, a diferencia de otras imaginarias, puede darse, se llama posibilidad. La que, en la situación vivencial, es la experiencia del tiempo presente. Aquí y ahora, somos –posibles-.

Vivimos la posibilidad cuando esta deja de serlo para convertirse en experiencia de ser. De todas maneras el ser se puede atribuir a una diferenciación con lo que “no fue posible”. Nada de lo que “no fue posible” somos, porque elegimos lo que fue. Una diferenciación basada en la intención. Una intención que concluida puramente desde la voluntad, se ejerce y se convierte en causa de un cambio: la posibilidad deja de serlo para convertirse en vivencia.

En la filosofía de Descartes, “Cogito ergo sum” se refiere a un orden metafórico entre el pensar y el existir, porque nadie que no piense podrá preguntarse si está vivo. En esa línea, el Principio Antrópico en física teórica enuncia que no debemos alarmarnos por la complejidad de los diversos factores que propiciaron la formación de vida en este planeta (y la consiguiente baja probabilidad de repetirse) por la sencilla razón de si que si hubiera sido de otra manera, no nos estaríamos haciendo esta pregunta.

La primacía del “ser” en la interpretación semántica de ambas proposiciones, tanto filosófica como física, es evidente. ¿Pero que es el ser?

No olvidemos que para Platón, el ser era la idea. Para Aristóteles, la esencia.

Me gusta mas una divergencia de la definición clásica de ser, entregada por M. Heiddegger: ser es el que se puede describir como “ser-en-si” o esencia trascendente y además, “ser-para-si” o “tender hacia el ser-en-si”.

Este ultimo un tender mediado un ejercicio virtuoso; la conciencia. Es saber que somos separados, distintos, singulares. Somos la posibilidad.

Es el “ser-para-si”, aquel que existe y ejerce su existencia en el ahora. Aquel que, dada su condición de ser conciente, no elige ser sino que es. Aquel que está “condenado a ser libre” como diría Sartre. En ese ser-para-si nos preguntamos, sentimos, deliberamos y somos. Quien dijera que conocemos “no para saber sino para ser”, no pondría en aprietos a ningún lingüista.

Este, tranquilo, afirmaría que somos a la vez que conocemos. Somos la posibilidad que deja de serlo, al pensar, conocer, hacer y ser. Investiguemos la posibilidad, que no llegue forzada pero tampoco inesperada. Que llegue querida, que llegue intentada. Es una de muchas, pero agradable como pocas. Es el fruto de nuestra condición humana. No es ni mas ni menos que ejercer nuestra conciencia.

Es exigirnos a respetar nuestras coherencias internas, es aspirar a mas, es soñar, es reír y llorar. Es la complejidad mágica de lo que seremos, solo si queremos. Llenémosla de elección y criterio, que no caiga en el ofuscamiento infundado: que se inunde de alegría y pasión. Es la primera de su tipo, siempre lo será. Porque no tiene antecedente, y de darse, solo tiene herencia. Herencia de la acción conciente, sendero de la voluntad. Es nuestra posibilidad.


martes, 6 de julio de 2010

La Torre de Kant


La torre, una de las piezas mas importantes del ejército negro de ajedrez se dispone a realizar sus campañas de reconocimiento, cuando se encuentra con un pequeño peón blanco. Aquel, pequeño y lento, no dispone de posibilidad alguna en un eventual duelo contra la gran torre.

T: Has errado al ponerte en mi presencia.

El peón, conciente de su situación, responde.

P: Quien como tu torre, que de caminos rectos no conoces el no recorrido. Una pregunta sobre lo que hablas, ¿hacia dónde te dirigías por este camino, al que he llegado sin tu invitación?

T: A tu pueblo, a matar a tu rey. Nada me lo puede impedir y además vendrán mas para lograrlo.

En un valorable esfuerzo, el peón logra hilar otra frase:

P: Sin importunar, me concederías respetada torre, una ultima pregunta: ¿Quien eres tu para reivindicar como tuyo su derecho a vivir?.

T: Yo soy la torre, que de dictadores posee el poder y el método, y de gobernantes el destino. ¡Y te has cruzado en mi camino!. No me hables de ideales, ¿o acaso no has visto la sociedad que nos rodea?. Además es imposible imaginar nada en el mundo o fuera de el, que sea realmente bueno, excepto la buena voluntad. Una voluntad que obra por deber, es decir, no por inclinación, por interés o por deseo. Este es mi deber, yo cumplo mi rol y soy el mejor para hacerlo.

Las palabras de la torre causaron asombro en el peón y, aceptando su destino tanto como evidenciando su convicción, exclamó en una iluminación fulgurante:

P: ¿No te parece que no estás actuando libremente, y que perder la capacidad de la auto determinación de tu conducta es perder la autonomía de tu voluntad?.

T: ¡Tu no eres quien para cuestionarme!

Cuando la torre se dispuso a atacar al peón, una duda se continuó con un escalofrió que le sugirió lo que todavía no era asimilado por la conciencia.

P: Tienes razón. Siempre tienes la razón. Has reconocido en mi una intención de posición, y la has reconocido bien. Además dices la verdad: te has demorado en tu misión y de aquí escucho como se acercan los de tu pueblo.

Tan lento como eficaz, el peón avanzó en diagonal y la torre dejó de lado su violenta existencia.

El peón, solitario en su hazaña, prefirió guardar silencio. No era miedo.

Tampoco se sintió libre.




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