miércoles, 21 de julio de 2010

Propósito de Alteridad


A través de los años se han enunciado múltiples teorías acerca de la posibilidad de la solidaridad. La mayoría de las así llamadas “morales universales” concuerdan en que la solidaridad es un valor a considerar y respetar como máxima a la hora de actuar y vivir. Parece ser la mas sensata de las condiciones, pues no se le asocia solo al respeto sino al actuar en conciencia de ese respeto por la dignidad y la existencia del otro.

De esta discusión surge el término Alteridad, que no es mas que cambiar la propia perspectiva por la del otro. Es el descubrimiento que el “yo” hace del “otro”.

En las líneas de Ortega y Gasset este descubrimiento es aun anterior al propio descubrimiento del “yo”, cosa que no nos ha de sorprender si concebimos al ser humano como un “ser-social”. Somos haciendo, somos pensando, pero ambas posibilidades se dan siempre sobre el entorno social en el que el ser humano se ha desarrollado. Somos en nuestra constante -al principio dependencia luego relación- con el otro. Concebimos al “otro” cuando nuestra conciencia va en su encuentro, cosa que se da probablemente antes de concebirnos a nosotros mismos como un “yo” que actúa y existe.

En este encuentro entonces, que realizamos cada día con el que no soy yo, cobra vital importancia como concebir este “otro”, y en principio no hay razón para concebirlo con otra dignidad de la que no sea merecedor el mismo Yo. En teoría el otro nos es ajeno, pero instruirnos en su naturaleza igualmente humana abrirá puertas al respeto y la compasión. Es el surgir del “nosotros”, donde otro (tu) y yo somos parte de la misma entidad. El “nosotros” es experimentar la alteridad. ¿Pero que es la alteridad o cual es su importancia?

Es el comportamiento o cualidad que adquiere vigencia tangible en temas tan trascendentes como el desarrollo humano, la búsqueda de la comunión con los otros, la reflexión ética sobre la injusticia y la segregación, etc. Es directa consecuencia de aceptar nuestro mundo “social” y asimilar nuestra relación con el otro. Es la matriz de la relación interpersonal y la que por supuesto permite la aceptación, el respeto e incluso el cariño.

Es más específico que un acto de deferencia y compasión, mas transversal que una actitud de respeto y preocupación, es en otro termino, la estructura que posibilita la solidaridad. Es la vivencia desde el otro, en un cambio de perspectiva que el Ego no está hecho para soportar.

En ese sentido, los lineamientos de comportamiento que del ego se desprenden van muchas veces en sentido contrario al “nosotros”: a la posibilidad de alteridad. Su conformación revela una voluntad individual y no grupal. El otro, en el Ego no tiene cabida.

¿Pero que es lo que nos lleva a justificar la existencia de la alteridad, mas allá de un imperativo moral que parece obvio? ¿Porque ha de ser mejor que una vida individualista o en atención a nuestras propias preocupaciones, que al cabo, no son pocas?.

Investigar estas cuestiones atinge a todo aquel que conciba en el ser humano una naturaleza social y un sentido de pertenencia universal y no individual. No pertenecemos al yo, sino que el yo es relación, es pertenencia a un sistema mayor. Además, el yo funde en el nosotros, quizás su capacidad mas profunda e inexplicable: amar. No podemos descuidarnos.


“Lo que nosotros hacemos a los otros, y estos a nosotros, eso es lo que somos.” E. Levinas.

1. Punto de Partida

Nuestra interpretación del mundo dependerá en muchos casos de la visión filosófica que del mismo se tenga. En esa línea, me refiero a los acercamientos clásicos de la metafísica que entiende el “mundo” como un trozo de universo (realismo), como contenido de conciencia (idealismo) o como una perspectiva desde la vida misma (vitalismo de Nietzche o a los postulados de Ortega y Gasset).

En esa línea, resulta importante acotar que el punto de partida desde el cual hagamos un análisis no influirá en la atingencia de la alteridad como fenómeno relevante y digno de estudio, sino que sugerirá hacia él distintas líneas de acercamiento. Esto porque lo que está en juego es el objeto del discernimiento ético y el porqué del mismo, no quien o donde se ejerce.

Desde el primer momento el ser humano entiende su existencia con otros que no son el mismo, léase, no existe solo. ¿Cómo podría?.

De afirmar la primera línea de pensamiento enunciada, en el mundo tangible como una parte del universo, se observa la naturaleza humana como una conjunción de individuos en un constante devenir evolutivo basado en su funcionamiento social que determina diversas construcciones individuales. No habrá tal definición de individuo sin una necesaria “interacción”. La reciprocidad de las relaciones que en esa interacción se establecen es ambigua pero la importancia de su estudio es innegable.

De afirmar la segunda, explicamos el mundo en términos de contenidos de conciencia cuya forma específica de operar se basa en diversas construcciones mentales (como plantea el idealismo de Kant).  En ese sentido es innegable la capacidad nata de la conciencia de atender y analizar: herramienta de comprensión y vivencia. De esta manera, no es difícil concebir en la existencia humana la importancia de la relación con el otro y la necesaria reflexión que al respecto debe hacerse. Aunque el acto conciente no es determinado directamente por algún agente exterior, si ha sido desarrollada la capacidad de ejercer ese acto en relación a otros y en la vivencia de una sociedad basada en el intercambio y la construcción histórica de sus individuos.

De afirmar la tercera línea de pensamiento, no cabe mas que afirmar que desde la perspectiva del ser vivo, osea ser en circunstancia, este se encuentra inserto en una red social que no solo le permite venir al mundo y desarrollarse, sino tiene directa influencia sobre todos los atributos de su ser, cuales son estar, hacer y conocer. Lo que generalmente se entiende como realidad no es sino la síntesis de innumerables perspectivas en relación, y debemos avocarnos a este tema.

2. Camino Errado

Al comienzo de este estudio se atisban ciertos caminos que no llevan al descubrimiento de las posibilidades de la alteridad ni su justificación, para derivar así en explicaciones vacuas y errores que con el tiempo no han sido erradicados.

Si hemos de investigar la posibilidad de Alteridad, no es concebible enunciarla como una moral universal sin obtenerla desde una serie de argumentos a través de una deducción sensata. No es el propósito de este ensayo establecer una moral universal como dogma, ni menos fundar desde aquel la posibilidad de alteridad.

Decir que la alteridad se funda en los mismísimos derechos humanos no carece de absoluto sentido pero tiende a parecerse al error del “dogma”. Valores como la libertad y la igualdad son garantes de la declaración universal de DD.HH pero la alteridad como atributo humano no parece tanto un derecho sino una posibilidad. Además, siendo los derechos humanos un ideal, definir la alteridad como un valor parece mas una utopía que una deducción seria de la naturaleza humana y su observación en relación al medio y al prójimo.

Por ultimo, es común derivar de la alteridad una solidaridad narcisista, donde el “ir hacia el otro” se produce procurando el bien propio. Además, no es coherente fundar desde la alteridad una solidaridad que carece de un real espíritu de entrega para convertirse en una práctica asistencialista y de caridad, sin un real compromiso por el prójimo. La alteridad es el real cambio de perspectiva, en encuentro del otro.

En síntesis, no caer en la tendencia intrínseca y obstinada de la cultura occidental por volverse hacia lo que es conocido, cercano y propio: hacia los refugios del yo. Trascender esta tendencia es vital para comprender la alteridad en su real dimensión, transversal, constitutiva y emancipadora de las relaciones interpersonales y de la propia constitución del yo como individuo en relación.

3. Concepciones para una Ética.

En un primer momento, cuando se determina que nuestra corporalidad y eventualmente nuestra mente actúan sobre sus propios designios e intenciones, concebimos al Yo separado. Se concibe entonces el actuar y existir como una simple divagación inconexa, al estar definido el yo en su propia unidad como un ente individual. Su esencia es ser un punto de perspectiva singular, una y solo una manifestación: un ser-en-si.
El Yo es también distinto, de caracterización específica: único. La naturaleza humana implica que cada individuo sea minimamente (poco decir) distinto del otro, de lo que se deduce esta cualidad del Yo. La biología nos aporta verificación de lo que parece intuitivo: el ADN como estructura compleja nos define singularmente.

El Yo en su naturaleza es definido individual y único, pero esto no basta para comprenderlo en su totalidad. El yo, como ejercicio activo del ser, no puede restarse a los elementos que al ser subyacen: esto es, la acción (el ser-haciendo), el pensar (el ser-conociendo) y por ultimo su dimensión social o relacional (ser-en-relación).

Así las cosas, separados y distintos, pero no suficientes. Para definirnos no podemos solo dirigir la mirada hacia adentro, sino distinguir en nuestra interacción con el otro, el sello de nuestro desarrollo intelectual y la clave de nuestra posibilidad como seres. Aun así, el imperativo moral de la alteridad no surge de esta “dependencia del otro” sino de la conciencia del “otro” como yo mismo.

Enunciarlo de esa manera nos invita a recibir una conclusión inmediata: todo otro “yo”, léase el “otro”, comparte nuestra misma naturaleza y potencialmente nuestros mismos atributos: intimidad, aspiraciones, emociones.

Aquella esencia intangible y esquiva no es mía ni tuya en particular, sino nuestra.

Lo que ha separado la perspectiva, vuelve a reunir el reconocimiento de la dignidad.

Pero si analizamos al individuo, sobreviene en este análisis un fenómeno que hace de nexo entre nuestra naturaleza y su comprensión empírica, llamado Ego. Pero que es el ego: es la entidad que constituye el individuo, conciente de su propio ser e individualidad. Es nuestra forma de generar identidad, como ser en relación con el medio. Y como nuestra construcción, posee un carácter maleable e intencional.

Su validez radica en la propia aceptación que de ese ego se hace, constituyendo así un disfraz del yo. Ego que en casos como la generación de falsas auto concepciones, se aleja cuantitativamente de su esencia misma: representar al yo en su inserción circunstancial y relacional y su relación con el medio.

De ninguna forma el ego posee un carácter intrínsicamente negativo, pero su potencial engañoso radica en su forma de proceder: su esencia es constitutiva del yo en forma de “apego”. Ya sean expectativas, creencias, deseos o juicios, su construcción es potencialmente influenciada a cada momento por nuestras aspiraciones concientes e inconscientes.

El yo por su parte, no es mas que el ser que existe, consciente de su propia identidad, de su actuar, pensar y de su relación de Ego con el mundo. La existencia de ese “yo” es el vinculo constitutivo entre yo y circunstancia, y su desarrollo el resultado de la coexistencia con otros “yo”. Tanto el yo como el ego, son una construcción en relación con el otro. Su origen social nos remite a una condición inequívoca: somos con el otro y no de otra manera.

En las palabras de C. Gutierrez: “El enorme influjo de la relación intersubjetiva en la formación del individuo es patente en fenómenos como el lenguaje, la tradición y el trabajo; todos ellos formadores de los lazos relacionales que constituyen la sociedad y que perpetran, sin proponérselo, la identidad.”

Una primera luz parece desprenderse del análisis, nuestra naturaleza de iguales.

Por otro lado, reconocemos también al Yo como el verdadero gestor de la conciencia, esencia de la personalidad y la decisión. El motor de su movimiento no es oscuro ni indescriptible: soy yo.

El ego por su parte es la entidad que reprime y reorienta ciertos comportamientos de ese “Yo” en base a la concepción del individuo, de su propia creación de identidad y su relación con el medio. Porque el yo no necesita disfraz, aunque es llevado a los dominios ficticios del ego: plagado de proyecciones, creencias y aspiraciones. Sin embargo nuestra conciencia es la verdadera moderadora que dirimirá  a que aspiraciones el ego supeditarse y a cuales proyecciones no creer: es ahí donde debemos enfocarnos.

Solo reduciendo el ego a una entidad sensata, realizando un yo verdadero y coherente, podremos quitarnos la ceguera de una visión narcisista para actuar conforme a una, así entendida, “moral universal integradora”: el yo es igual de válido y virtuoso que todo otro yo, que no es mas que el otro. Otro, que en relación con el Yo, ha influído en su propia definición.

Recapitulando, nuestra naturaleza de iguales y la posibilidad conciente de hacer nuestra la realidad del otro para entenderlo, respetarlo y promoverlo son caminos que no pueden dejar de ser recorridos en la conformación del individuo de la sociedad moderna.

Aun dadas estas conclusiones, donde se concibe la posibilidad de una apertura al otro, esta no recibe mas que un carácter pasivo. No es un llamado a la praxis sino a la actividad conciente. En la realidad de un mundo social donde la comunicación y la interacción son fundamentales en la creación de un ambiente de respeto y una idea de “grupo”, donde las desigualdades y el sufrimiento humano no son detalles al margen sino la tónica histórica, donde además no hay una voluntad evidente para generar cambios y la soledad es una nube que se emancipa: restándonos de toda utopía, esto me parece insuficiente. Y no hablo de un llamado a la praxis, hablo de una justificación a ella.

Como dice Levinas, “Lo esencial de la Ética radica en su intención trascendente” que para mi no es mas que un reconocimiento coherente de nuestra naturaleza en pos de un estadio de paz y concordancia ulterior.

Un estado solo posible acercando a todo individuo a ampliar la conciencia y a actuar acorde a ese concebir “la importancia del coexistir con el otro”. Para mi, la verdadera apertura del ser: la apertura en manifestación y acción.

En el estudio de las relaciones interpersonales surge entonces en primera línea una pregunta sugerente: ¿Porque la alteridad es mas simple y evidente cuando se trata de familiares cercanos o amigos? El fuerte nexo que con algunas personas entablamos, es explicado por la apertura del Yo al otro en forma de intimidad. Ya no es otro el que co existe conmigo sino el tu. Yo y tu han traspasado barreras de comprensión para asimilarse mutuamente como iguales. Ellos han comenzado a fusionar su propia perspectiva del mundo.

Aquí yace una idea fundamental, en palabras de A. Gonzalez “no se trata de pasar del ego a un alter ego, sino descubrirme en el trato con muchos tus, como un alter tu”. No es entonces salirse de uno mismo para conocer al otro en intimidad como un “tu”, sino descubrirnos como otros tu.

Otro fenómeno deducido de esta “intimidad con los familiares” es que el nexo lo establecemos extrapolando una relación sanguínea a una fidelidad especial. Pero el merito no lo da realmente el origen biológico común sino el nexo que establecemos con el otro, en base a interacción, contemplación y confianza, para permitir “entregar” sin esperar nada a cambio. Una sincera apertura hacia el otro, es una apertura sin miedo y sin prejuicio. Es la base del afecto. Afecto sustentado sobre la base de una interacción, de un conocer-se. De un confiar-se.

Querer al otro por tanto es respetar: fomentar su libertad. Y en este caso, es cuidar, preservar. Es romper la barrera del ego para transportarnos hacia el otro en una acción de entrega basada en la confianza.

Hay que trascender esta intención emanada hacia el tu, este nexo radicado en la “intimidad” que compartimos, y prolongarla hacia el amplio espectro del otro, para concebir así un nuevo “nosotros”. En esencia, todos seremos parte de este nosotros que integra, que respeta, que atiende, que contempla, que “procura” al otro. Utópicamente, la sociedad como la gran familia. Pero no hablo de un nexo de amor con toda persona sino a contemplarla y promoverla en un acto de compasión. Ese es el nexo que promoverá la alteridad. Es querer al otro e ir en su encuentro.

Y el romper esa barrera tiene que ver tanto con la “atención” como con la negación de una tendencia egocéntrica.

Atención en el otro en actitud centrifuga. Desde el Yo hacia el otro sin miramientos: es el primer rasgo del amor. Es la intencionalidad en el movimiento en el que se “sale de si”. No queremos al otro para nosotros, sino nos entregamos a el para promoverlo, para respetarlo.

La apertura hacia el otro es un “ir hacia” el, no para estar con el sino para estar en el.

En este caminar conciente hacia el otro, el Dalai Lama nos da una luz: “establecer lazos donde no los hay”. No solo sin esperar retribución: tampoco hemos de esperar rechazo o cariño. Esta actitud ante el otro, antes de siquiera acercarnos, esta inundada de prejuicio y miedo: el camino de la contemplación es sugerido como aquella herramienta de acceso al otro a través de la observación, el respeto a su dignidad y libertad, que nos aleja del miedo. Es la negación de la ilusión individual en pos del acercamiento, que del otro barreras físicas nos han negado.

Establecer este nexo tan necesario es el único camino “hacia” el otro, que justificará en nuestra conciencia la tan buscada alteridad: el cambio de perspectiva desde el yo al otro. Y no solo eso, sino la semilla que dotara nuestra intencionalidad de un carácter centrifugo. Nuestra motivación en la relación con el otro, será empujada por un acto de amor ya no en la pasividad sino en la entrega.

La alteridad, no es difícil observarlo, es un contenido de la circunstancia humana. La manera en que se experimente esta alteridad, por el contrario, será un resultado del accionar de nuestra conciencia: de un giro conciente.

4. Pragmática de Alteridad o el Giro conciente

Que un comportamiento solidario no sea necesario en la conciencia para justificar de inmediato la alteridad, sino que esta sea evidente e inmediata como una manifestación de nuestro propio ser, sería un indicador del momento de transmutación en el cual la perspectiva del yo se ha superado para concebir al otro en su dignidad.

La cotidianeidad de la existencia nos entrega tanto fenómenos presentes como otros que no alcanzamos a percibir. Aquellos que escapan a nuestra atención, escapan además a nuestro horizonte conciente y se convierten en fenómenos “latentes”, no dados en la cotidianeidad.

En esa línea, aparte de las cosas que nos son presentes y por lo tanto de las que somos concientes, también nos atañen una serie de “cosas” que solo nos son dadas en la habitualidad y que “camufladas”, no son directamente percibidas como cosas. En palabras de Ortega, son “el modo propio de aquellas cosas con las que simplemente contamos en la vida”. Este concepto introducido por Ortega cobra relevancia al darnos cuenta que no solo hay cosas que pasamos por alto sino que una gran cantidad de elementos que nos definen como el lenguaje, los modos culturales, etc caben en esta categoría de habitualidad.

De esta manera, la tendencia a encerrarse en el yo viene de esta experiencia de la cotidianeidad, donde “concebimos” solo lo que nos es presente, pasando a veces por alto formas latentes y habituales que también conforman nuestra realidad y paradojalmente la definen. Es la construcción de una perspectiva. Es el yo en el aquí y ahora, que concibe el mundo de cierta manera.

Con pragmática de alteridad me refiero a las discusiones que la experiencia misma del ser y su dimensión relacional en el ahora, imponen sobre el tema de la alteridad. Discusiones ya no desde el enfoque genérico de humanidad sino desde el propio individuo, inserto en su cotidianeidad y referenciado en su propia perspectiva. Mas allá de la concepción misma de alteridad, su vivencia.

La circunstancia ha de ser experimentada, y como confiamos en la conciencia como atributo de análisis y emprendimiento, observar que es lo que podemos “hacer” mas allá del imperativo moral impuesto es algo raramente cuestionado. La idea de la pragmática no es recibir ideales sino como encarnarlos. Es la practica misma del discernimiento.

De esta manera la reflexión crítica sobre la construcción del “nosotros” y de la relevancia de la concepción del otro para la mismísima existencia del Yo, está generalmente ausente. La tendencia del individuo promedio es a no cuestionarse como ser-social y a recibir el paradigma que la sociedad occidental le hereda. Esto es especialmente grave cuando se trata de temas como la reflexión ética sobre la injusticia y el respeto a las diferencias culturales.

Desde una perspectiva histórica, el sistema occidental actual es consecuencia a posteriori de la revolución francesa y la escuela inglesa de filosofía política que en líneas generales establece estados de derecho donde todo ciudadano es igual ante la ley, y sistemas políticos basados idealmente en un austero concepto de democracia, donde el voto de cada individuo vale lo mismo. Podríamos decir que estamos mucho mejor que hace 500 años. Algo es algo.

Sin embargo esto no es suficiente.

Considerando cada perspectiva como única, busquemos la acción conciente: la vivencia real de la alteridad como un acercamiento al otro de manera de comprenderlo, reconocer su dignidad y naturaleza que compartimos, para trascender así la concepción del Yo como algo ajeno e inconexo con los otros. Es la praxis de un compromiso ético real.

Hay que cuidarse de justificar este cambio de perspectiva del yo al otro, desde la necesidad o el interés. Ambas, causas de un compromiso forzado y no verdadero.

Entonces debe de haber algo mas que nos lleve al conocimiento del otro, al enraizamiento profundo con su esencia y dignidad. Hecho que además nos haría respetarlo, obligatoriamente, como igual. Este “algo mas”, como proceso de búsqueda del otro, inequívocamente va ligado a la capacidad de atención.

Es la búsqueda de la acción conciente. En ella, el individuo común en el día a día necesita conocer y atender al “otro” para justificar el establecimiento de un nexo, que de otra forma es difícil adquirir y que nos permitirá cambiar nuestra perspectiva en pos de un mundo mas respetuoso, mas conciente y mas integrador.

En esa línea, podemos enunciar un orden en los factores que atañen al conocimiento de la realidad del otro en dos dimensiones: en cuanto al estar, y en tanto al ser:

En cuanto al ser:

El ser, como dimensión trascendente solo puede ser “conocida” a través del estar y el actuar, pero en termino amplio debe ser concebido teóricamente de alguna manera. En esa línea, no hay motivos para concebir al “ser” del otro, como un ser inferior o ajeno, porque sus distintos atributos no cambian su trascendente naturaleza de igual: de humano. Compartimos esta dimensión y bajo esta perspectiva no cabe en nosotros otra percepción que no sea de respeto, deferencia y aceptación del otro. Actitudes que solo se desarrollan claro está, a través del estar y el actuar en “nosotros”.

En cuanto al estar y actuar:

1. conocimiento de causa 2. atención – reflexión  3. reacción

Sugerido el esquema anterior, comenzamos nuestra búsqueda desde la atención, desde donde debemos inferir las causas que no se nos dan directamente en la relación con el otro. Es la necesaria aparición de la analogía desde la cual el Yo deduce consecuencias de la vivencia del otro, suplantándolo intencionalmente, para comprenderlo, para conocerlo. De ahí su importancia en el quehacer social, donde generalmente nos resignamos a no actuar con lucidez suficiente.

Solo elevando nuestro nivel de atención, ampliando nuestra conciencia, podremos en la observación y especialmente en el convivir e interactuar, ampliar gradualmente nuestro conocimiento del otro e inferir las “causas” que componen y definen su actuar, sentir, pensar y finalmente ser. Estableciendo de esta manera el nexo que nos convoque a no mirarlo con miedo, a no conocerlo en prejuicio y no juzgarlo como algo ajeno.

Sin embargo, como escribe Ortega, “no es la analogía la que me alcanza el tu sino justamente la interacción”. Es en el convivir, compartir y conocer donde efectivamente se deducen las “causas” que definen al otro, conocidas las cuales, será mas fácil para el Yo acercarse en movimiento centrífugo. En movimiento que sostiene al otro, que lo acepta y lo promueve.

No solo conocer su esencia de igual sino entenderlo, será el gran paso que herramienta conciente en mano, buscaremos. Es redireccionar la intención hacia el otro, en una búsqueda por el y para el.*

Esencialmente el compromiso ético de acción es entonces un compromiso de cariño por el otro. Es esta la mas dura y hermosa de las conclusiones. El cariño, como entrega, fue ayer la base de la formación del individuo. Y si no lo fue, hoy será el sello de una praxis ética que lo llame a un acercamiento del otro, al escarmiento del miedo, a la rajadura de los prejuicios, y a la consecuente acción centrifuga: acción de entrega.

Es vivir la espiritualidad ignaciana en la triple pregunta: ¿qué he hecho? ¿qué estoy haciendo? ¿qué voy a hacer?.

“Me parece que la primacía del carácter de excepcionalidad (por sobre el de diferencia) para referir al otro implica otras “actitudes” para el sujeto que recibe a este otro.”

El viejo filósofo francés Emmanuel Levinas no estaba equivocado y San Ignacio así lo anticipó.




Referencias.

“Sobre la Alteridad” Antonio Gonzalez
“El Hombre y la Gente” Jose Ortega y Gasset
“Critica de la Razón Pura” E. Kant
“Emmanuel Levinas o Lo excepcional como Ética” C. Gutierrez

Video recomendado:  http://www.youtube.com/watch?v=IjaUpiEn9z0















* Claramente esta intención es pura, y será evidentemente menoscabada en presencia de otros sentimientos humanos. A saber: odio, rencor, angustia, vergüenza, pasividad, miedo. Lease, mientras con el otro nos separe uno de estos sentimientos, será imposible direccionar la intención hacia el para conocerlo y entenderlo, y menos esperar hacia el una disposición de entrega. No sería mas que una afirmación de carácter utópico.

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