martes, 6 de julio de 2010

La Torre de Kant


La torre, una de las piezas mas importantes del ejército negro de ajedrez se dispone a realizar sus campañas de reconocimiento, cuando se encuentra con un pequeño peón blanco. Aquel, pequeño y lento, no dispone de posibilidad alguna en un eventual duelo contra la gran torre.

T: Has errado al ponerte en mi presencia.

El peón, conciente de su situación, responde.

P: Quien como tu torre, que de caminos rectos no conoces el no recorrido. Una pregunta sobre lo que hablas, ¿hacia dónde te dirigías por este camino, al que he llegado sin tu invitación?

T: A tu pueblo, a matar a tu rey. Nada me lo puede impedir y además vendrán mas para lograrlo.

En un valorable esfuerzo, el peón logra hilar otra frase:

P: Sin importunar, me concederías respetada torre, una ultima pregunta: ¿Quien eres tu para reivindicar como tuyo su derecho a vivir?.

T: Yo soy la torre, que de dictadores posee el poder y el método, y de gobernantes el destino. ¡Y te has cruzado en mi camino!. No me hables de ideales, ¿o acaso no has visto la sociedad que nos rodea?. Además es imposible imaginar nada en el mundo o fuera de el, que sea realmente bueno, excepto la buena voluntad. Una voluntad que obra por deber, es decir, no por inclinación, por interés o por deseo. Este es mi deber, yo cumplo mi rol y soy el mejor para hacerlo.

Las palabras de la torre causaron asombro en el peón y, aceptando su destino tanto como evidenciando su convicción, exclamó en una iluminación fulgurante:

P: ¿No te parece que no estás actuando libremente, y que perder la capacidad de la auto determinación de tu conducta es perder la autonomía de tu voluntad?.

T: ¡Tu no eres quien para cuestionarme!

Cuando la torre se dispuso a atacar al peón, una duda se continuó con un escalofrió que le sugirió lo que todavía no era asimilado por la conciencia.

P: Tienes razón. Siempre tienes la razón. Has reconocido en mi una intención de posición, y la has reconocido bien. Además dices la verdad: te has demorado en tu misión y de aquí escucho como se acercan los de tu pueblo.

Tan lento como eficaz, el peón avanzó en diagonal y la torre dejó de lado su violenta existencia.

El peón, solitario en su hazaña, prefirió guardar silencio. No era miedo.

Tampoco se sintió libre.




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