viernes, 9 de julio de 2010

Ojalá, no incomunicadas lineas.-

1. Sobre el lenguaje.

El lenguaje hablado y escrito, como premisa básica, es una forma de expresión que surgió como necesidad del ser humano en su largo proceso evolutivo. En una visión al estilo de Nietzche, surge producto del ofuscamiento y la frustración de un ser humano que intuía su potencial y no podía ejercerlo. Y en ese surgir, un flujo de “información” que se transmite en el tiempo mucho más rápido que el lento pero constante flujo “genético” característico de cualquier otra forma de vida.


Corresponde, al fin y al cabo, a un elemento constitutivo del ser humano como tal en todas sus dimensiones (intelectual, social, etc.). ¿Puede alguien pensar sin el lenguaje? Si, pero los “resultados” que de ello se deduzcan formalmente son limitados. Se encuentra además a simple vista una interacción entre “como” usamos el lenguaje y su relación con el mundo.

¿Construye el lenguaje nuestra realidad o la realidad la intentamos construir en lenguaje? Si delimitamos el ejercer conciencia, el pensar, solo a través del lenguaje, monopolizamos en el una dimensión trascendente del ser –que es el pensar- y ambas respuestas suenan a modesta garantía de éxito. ¿Cual es el verdadero rol de esta “entidad” –el lenguaje-, atribuida sesgadamente a la comunicación, cuyo rol tiene que ver incluso antes con la interpretación de lo que pensamos?.

Una luz sobre este oscuro asunto la entregan las investigaciones de Emmanuel Kant sobre el conocer en su famosa obra “Critica de la Razón Pura”: en ella, sienta las bases para una nueva concepción del entendimiento humano y su relación con la realidad: todo conocimiento proviene de la experiencia pero se construye en el entendimiento, por ende no hay relación “pura” con “el mundo en si”; somos participes de su “elaboración”. En ese sentido, el lenguaje juega un rol preponderante al constituir los “juicios” nuestra forma de “elaborar” y estructurar esta realidad aparentemente tan esquiva.

¿Que es entonces el lenguaje? Si acudimos a la lingüística, todo lenguaje por definición, posee características que lo definen; la gramática por ejemplo, define las estructuras que se podrán formar dado un conjunto de caracteres. El mas influyente lingüista del siglo XX, Noam Chomsky, definió categorías sobre las cuales se pueden definir todos los posibles lenguajes formales a concebir dado un alfabeto (jerarquía de Chomsky). Además, no con poca controversia, postuló la existencia de una “gramática universal” que ubica al lenguaje ya no solo como un conocimiento adquirido sino como un tipo de intuición intrínseca que viene en el código genético del ser humano y que se desarrolla localmente en cada cultura y lengua. Postura sostenida antes por filósofos como Platón. Interesante.

El lenguaje cumple variados objetivos, permitiéndonos en una función emotiva (de exploración del yo interior, de lo que pensamos, sentimos y finalmente somos), referirnos a un contexto (función referencial) y transmitir un mensaje (función poética) a través de un código (función metalingüística) y un canal (función fática), entre otras. Suscita especial interés la función conativa del lenguaje, que abarca y permite las formas lingüísticas de relación y comunicación con otro interlocutor, lo que da forma al dialogo. En esa línea, la función emotiva que se refiere y permite la expresión del yo también nos atañe, como un camino de dos líneas: expresión y auto-descubrimiento.

El lenguaje es una construcción intelectual que nos ha permitido no solo comunicarnos sino abrir líneas en los mas diversos sentidos: descubrimiento emocional, definición del pensamiento y transmisión de herencia cultural, entre otros.

2. Formas de expresión

Pero el problema no es el concepto “lenguaje” y su correspondiente análisis sino su “praxis”. Como forma racional y de una manera estructurada, permite la expresión basándose en un dominio de posibilidades dictadas por sus propias características –que lo definen- (reglas, formas, esquemas, letras, palabras, frases). Un historiador llamaría a no sorprendernos entonces con el surgimiento gradual de otras formas de expresión no “lineales” pero si interesantes. Interés claramente suscitado no por su forma de operar sino por su sentido no acotado de proceder y hacer. El lenguaje no se remite a las palabras y confluyen en su concepto las mas variadas formas de expresión, aunque no en una estructura formal. Algunos ejemplos son el lenguaje corporal, el “lenguaje” cultural que analizan los sociólogos, etc.

Las formas de expresión, como el lenguaje, tienen la capacidad de ser maleables, esto es, cambiar con el tiempo según el comportamiento de quienes las ocupan. Esto es una consecuencia inmediata de considerarnos seres dinámicos, en constante movimiento y cambio. La forma de expresión no será mas que un reflejo de esta esencia de ser. El lenguaje por ejemplo va adosando nuevos significados y vocablos a su uso en cada zona en particular. No hay consensos que eviten su cambio. Es mas, como forma de expresión y comunicación el lenguaje conforma un claro rasgo cultural, cuya influencia en la historia especifica es determinante.

Es, al fin, un ejercicio de libertad, activa y rebelde al silencio de la incomunicación.

Así entonces, el lenguaje formal ya no solo como forma de expresión sino como conformador de la realidad se antepone en nosotros como un nexo entre conceptos y pensamientos a través del “juicio”. Es en el juicio donde se funde la verdadera esencia del separar, del dirimir, del ejercer una voluntad de conciencia. El juicio toma un camino; es determinación para el propio ser.

Pero si antes de leer un libro, un viejo lector –en algún momento- debió aprender a leer; antes de escribir sobre el lenguaje como entidad comunicativa, cabe preguntarnos que es lo que “podemos” comunicar a través de el.

3. Conocimiento, lenguaje y ser.

Nuestra mente, espacio de discernimiento y procesos mentales, dibuja lo que obtiene a través de la intuición (sensaciones) en un concepto de realidad y cuando ese concepto invade la conciencia -como el agua que llena un espacio-, lo nombra entendimiento. Porque la conciencia no recibe un conocimiento, sino que se hace el.

Decir que de este proceso podemos obtener una definición clara de la “esencia en si” de las cosas es complicado. Me refiero a la verdadera realidad del objeto y no solo a su apariencia en nuestra mente como “fenómeno”. Incluso, si “la cosa en si” que buscamos no pertenece al mundo exterior y nos referimos a nuestro yo interno con sus emociones y sentimientos.

Tocar la esencia de lo que intentamos describir parece una tarea imposible. Mas aun con lo claro que se vuelve el debilitamiento de la creencia en un lenguaje perfecto, o al menos con la capacidad suficiente para establecerse siquiera como herramienta “contemplativa” de la realidad: no obtenemos un conocimiento “total”, y de tenerlo, tampoco podemos comunicarlo “totalmente”.

¿Pero entonces que podemos comunicar? Si no obtenemos notoriamente información fidedigna de las cosas “en si”, de lo que “hay”; desliguémonos de ese problema y asumamos la realidad simplemente como nuestro concepto de ella. Es lo que asumen los pensadores de una corriente mejor llamada “realismo ingenuo”. A mi entender, demasiado arriesgado pensar así, al estar hablando de un tema tan trascendente como constitutivo. No deja de ser pragmático, eso si.

La conciencia en una pausa. ¿A que o quien corresponden las representaciones de mis pensamientos? A mi “esencia” expresada en existencia, eso es claro. Al “entender” de mi entender, menos claro. Al fin, a nuestra propia representación de la realidad en forma de conciencia. “Es” ser y conocer. En palabras de F. Suárez SXVI, jesuita escolástico, “la distinción entre esencia y existencia es solamente una distinción de razón y de hecho”.

Concebimos al mundo de una manera, que no siendo exactamente “el mundo-en-si”, es la permitida y definida por nuestra naturaleza humana. En ese sentido cabe preguntarse en primer lugar si existe realmente el mundo-en-si, y en segundo, si algún nivel de conciencia puede alcanzar efectivamente aquella “distinción de razón” en la existencia de las cosas. Parece difícil encontrar una respuesta afirmativa no acudiendo al campo de lo teológico.

Pues bien, identificamos nuestra realidad y conciencia. Ambas, cualidades sugerentemente limitadas en y como un ser “independiente en su concepción de mundo” y que presenta un carácter puramente cognitivo. El aprender y nutrirse de conocimiento en forma de información ha sido nuestra bandera genotípica para arremeter de buena manera en el resbalín del espacio-tiempo. Claro que hoy nuestro conocimiento no solo fluye “internamente” en nuestro ADN sino también “externamente” en lo que Hawking llama “periodo de transmisión externo”, donde el ser humano ocupa el lenguaje como herramienta fundamental de traspaso y generación de información.

De esta manera entablamos la más sutil de las relaciones: ser y conocer, concepto ya abarcado por el científico chileno H. Maturana en su “Biología del conocimiento”. Conceptos definidos a cabalidad solo en presencia mutua: “somos” a medida que conocemos y conocemos a medida que somos. En esa línea, el lenguaje no puede ser visto ya como una herramienta sino como un facilitador de esta relación constitutiva que nos define además como seres humanos. El lenguaje no solo es herramienta de comunicación sino de conocer. Pensamos y nos relacionamos a través del lenguaje. Somos y conocemos en su iluminación.

Esta es una conclusión positiva de un fenómeno –el lenguaje-, en Nietzche denuevo, que nace de la frustración del silencio. ¿Pero que “sabemos” o conocemos?.


Asumimos nuestro entender como un “potencial” de acción y aprendizaje, un desarrollo de acumulación, depuración e interpretación de información que finalmente corresponde a nuestro “conocimiento”, léase, juicio sobre la verdad. Pero a la vez observamos que la “verdad” como entidad no reside puramente en nuestra mente ni tampoco en algún otro lugar. El conocimiento se refiere a un valor de “verdad”, que aunque ambiguo, debe ser investigado. Nuestros sentidos nos entregan información menos fidedigna de lo que quisiéramos a ese respecto. Con una sensibilidad acotada que a través del lenguaje es conceptualizada y entendida, conformamos una realidad perturbadora: ya no estamos seguros de que es lo que realmente percibimos y si de esto se deduce información realmente verdadera.

Empero lo anterior, sin la “intuición sensible”, aquella capacidad de percibir “sensaciones” a través de los sentidos de los que fuimos dotados, difícilmente podríamos generar algún tipo de conocimiento. Inequívocamente las sensaciones se convierten para nosotros en los nexos con la realidad sensible, aunque sus “explicaciones” sean poco convincentes. El privilegio de dudar deja de ser esta vez una posibilidad para convertirse en un imperativo.

Antecedente mas potente aun lo sienta la mecánica cuantica, área de investigación de la física que supone el entendimiento de los fenómenos ocurridos a escalas atómicas, nos muestra la vigencia de la ciencia ficción descubriendo a los humanos que el observador que mira el átomo en su trayectoria, es igual de responsable de los resultados de la medición como el átomo mismo. La presencia del observador ha perturbado al átomo mismo y este ha cambiado “su esencia”. La “verdad” del átomo existe si y solo si el observador la observa. De no mediar observador, muy probablemente esta verdad ya no sería tal. Es la relación complementaria de la mente con la realidad, del observador y lo observado. Un concepto de “verdad” que deja de definirse estáticamente; revelador al menos.

Es el primer acercamiento a una “realidad” que es tal solo para quien la nombra. La “verdad” aparentemente por primera vez, comienza a perder su carácter absoluto.

Este fenómeno es descrito también por A. Einstein quien expone, en su teoría de la relatividad, la singularidad de todos y cada uno de los sistemas de referencia existentes en desmedro de un sistema en particular. Es la validez de cada sistema de referencia (o bien, punto de vista) en cuanto a la realidad que se observa.

Es así como el conocimiento que queremos comunicar es participe de una realidad dinámica donde lo observado y el observador crean esta “verdad” particular que nos deja en incertidumbre y que es presentada en nuestra conciencia como entendimiento.

El cuestionamiento sobre si en realidad existe “la esencia” de las cosas y una “verdad” independiente de quien la observe excede el objetivo de este texto pero suscita al menos una gran interrogante puesta en forma de paradoja: el mundo claramente seguirá existiendo sin nosotros, pero sin un entendimiento que intente comprenderlo, ¿como podríamos, en esas circunstancias, preguntarnos siquiera si es posible “conocer” el mundo a cabalidad?. Nuevamente surge el observador como ente protagónico. El tema de la verdad va anexado inequívocamente a una conciencia que la interprete.

Entonces, ¿que sabemos o conocemos? Una versión particular de la realidad, tanto externa como interna. El lenguaje entra a jugar un rol trascendente en la comunicación de este entendimiento (cualquiera sea) y a su vez en la generación del mismo. El “ser - conociendo” tan intenso como el “ser – haciendo”. Dimensiones que nos dan una idea de la complejidad de lo que el “que conocemos” implica. En especial en su intrínseca relación con el “como somos” y “como nos comunicamos”. La praxis del concepto. Descubrimos la forma como un elemento atingente: el lenguaje como forma de ser. Forma de entender y además comunicar: forma de conocer.

El conocimiento, ya dinámico o estático, ya coherente o difuso, ya intuitivo o acabado, ya empírico –de la experiencia- o racional –del razonamiento-, ya verdadero o falso –si tal distinción existe-, ya emocional –particular- o conceptual –universal-, conforma lo que el ser realmente es y la virtud del lenguaje es ser nuestra forma de hacerlo explicito al entendimiento.

Ahora que ya sabemos mas o menos que “podemos” comunicar, aboquémonos al como.

4. Forma de conocer, forma de ser.

De esta manera, asumiendo nuestro “conocimiento”, si al menos no virtuoso, perfectamente válido entendemos la capacidad del lenguaje como un “propiciador” o canal de acercamiento tanto al conocimiento que poseemos como a este -controvertido al menos- conocimiento elevado o verdad. Puede ser visto como traducción de la emoción, canalizador de sentimientos e impresión de pensamientos. El lenguaje ya asume su rol de nexo con la realidad en base a un “como”. El como traducir el accionar de la mente. Es el cuestionamiento sobre las formas. ¿Como nos comunicamos?

Obnubilación de generaciones, el lenguaje escrito y formal ha sido nuestra gran herramienta propiciada por la conciencia para el desarrollo de sus capacidades comunicativas. Pero aun así, no es el único. Es el caso del arte y el deporte, por nombrar dos. Formas en las cuales el contacto con el “conocimiento interno” se da de formas, sino marcadamente mas intensas y emanantes, al menos distintas e igualmente constituyentes. Las emociones son la base estructural que nos compone y en palabras de algún filósofo olvidado, los colores que tiñen el lienzo blanco de la conciencia. ¿Como entenderlas y analizarlas? ¿Cómo expresarlas y comunicarlas? No es un tema simple, pero la razón no parece haber dado respuesta satisfactoria. Es la necesidad explicita de otras formas de expresión.

Y no es simple por su esencia. Nadie que se lo haya preguntado antes, ha encontrado la vivencia misma de sus emociones en un trasfondo completamente racional. La presencia emocional es explicita en nuestro lado conciente pero tiene mucho que ver con nuestro inconsciente. La poesía, en efecto, permite expresar a través de un lenguaje formal enriquecido diversas y hermosas aproximaciones al respecto. Otro problema adosado, ¿como expresar eventos de los que no tenemos completa conciencia?. Son los desafíos impuestos tanto a nuestra actividad cognitiva en proceso constante de auto-conocimiento, como también atinge a los límites y posibilidades del lenguaje.

Y es el lenguaje nuevamente quien se materializa en palabras y frases. Si nuestro ejercicio de conciencia tiene a la lógica como estructura, el lenguaje tiene a su gramática. Es el “como” está erigido el lenguaje, su forma de construcción. Las reglas que permiten, sean erigidos los conceptos. En esa línea, el lenguaje lleva además adosado como “bandera” un significado “susceptible de interpretación”. Dado un lenguaje de ciertas características, su “significado” (de sus partes como palabras, de sus estructuras como frases, etc.) es a fin de cuentas lo que nos permite derivar y estudiar el concepto de “alcance” del lenguaje. Que es lo que realmente es capaz de comunicar. Este concepto es abarcado por la semántica.

A su vez, claramente asumimos el uso del lenguaje en un contexto, una relación, un dialogo, un pensamiento, una emoción. Son los factores extralingüísticos que condicionan el uso del lenguaje, análisis llevado a cabo por la “pragmática”, que a primera vista puede parecer poco relevante sin embargo considerando que la interpretación adecuada de una frase no depende sólo de ese contenido “semántico” sino que requiere un contexto lingüístico particular para ser interpretada, la opinión cambia. En efecto, en el sentido de la emoción, una misma frase puede tener intenciones o interpretaciones diferentes según el contexto (una ironía, una metáfora o en sentido literal).

El “como” entonces se remite a las formas. La forma del lenguaje se basa en la gramática, la semántica (un significado) y la pragmática (un contexto). A su vez, el lenguaje es usado a través de una estructura mental específica. Sensaciones y percepciones se entremezclan con ideas que, en acto racional, son pensados en forma de lenguaje. A través de este, los pensamientos “aparecen” en conciencia. Es la conexión establecida por las formas.

5. Elementos que subyacen

Es el debate sobre el “que podemos” comunicar, “como” lo hacemos y “que” es el lenguaje. Pero hemos pasado por alto quizás la interrogante mas trascendente, ¿que hay mas allá? Mas allá de la expresión (como función), de su estructura (gramática, semántica y pragmática) y su motivación (reflejar el conocimiento tanto interno como externo), ¿que elementos subyacen al lenguaje como entidad dotada de cualidades?.

En todo tema a debatirse debe observarse primero las bases que históricamente han sido expuestas sobre dicho tópico. En el caso del lenguaje como nexo de conciencia y existencia, la fantasía de la sociedad occidental nuevamente nos presenta una apariencia de la que pocos se atreven a dudar: un lenguaje perfecto con el que todo lo podemos comunicar o si se quiere, un contenido de la conciencia capaz de ser comunicado a cabalidad por este lenguaje. Desechar este paradigma es el primer paso a una mejor comprensión de nuestra capacidad de comunicarnos y por cierto una invitación a dejar de mirar el lenguaje formal como forma univoca de expresión.

Por otro lado, aceptar la correlación intrínseca entre estado conciente e inconsciente es reconocer también la capacidad de la conciencia de expandirse, no en tamaño, sino en esencia. Definida en limitación, la conciencia se hace del espacio de la inconciencia en un flujo continuo pero no unidireccional. Es un tira y afloja. Y aquí entra en juego el concepto de “intencionalidad” porque ¿que conciencia se eleva naturalmente, sin el empuje de una intención?.

Empuje entendido también como la chispa incandescente de la voluntad.

En palabras de Kant, no cabe ser tanto ser, sin dimensión espacio temporal –o dimensión a priori- que lo conciba. Pues bien, esta chispa de intención puede ser interpretada como una manifestación intelectual del “ser” mediado el “espacio-tiempo”. El “ser-ahora” se define como ser en actividad presente: es el ser que delibera, que recorre su camino ejerciendo “su” libertad, que hace explicita su voluntad ya en el hacer, ya en el juicio. Es la conciencia como un “ir hacia”. Y la intención es la fuerza incontrarrestable de ese ir; de ese ser.

Rescatar esta manifestación intelectual de una manera tan pura como le sea posible es la dura tarea del ser humano que quiere conocerse a si mismo y reflejarla la tarea del que quiere comunicar su verdadero “ser”.

Interesante es el concepto sobre intencionalidad tanto en la conciencia como en el lenguaje: que el empuje no sea azaroso y sea deliberado, lo que devela un comportamiento racional tras su aparecer. En palabras de Husserl: “La intencionalidad no es tanto una propiedad de los actos psíquicos sino la estructura misma de la conciencia”. He aquí lo que subyace al lenguaje: no hay lenguaje que al ser usado, no haya sido a la vez pensado. El lenguaje como canal de intención, es un nexo explicativo y constitutivo del pensamiento.

En la celebre frase de W. Quine: “el modo en que el individuo usa el lenguaje determina qué clase de cosas está comprometido a decir que existen.” El lenguaje es, ni mas ni menos, que la razón en obra, en búsqueda -intencional e incansable- de la conciencia.

La oscuridad de no poder describir, por lo tanto no poder comunicar ni pensar satisfactoriamente, está al acecho. El lenguaje, en todas sus formas, debe ser enriquecido: usado su carácter maleable. Pero mas atingente, debemos tomar conciencia de su definición dinámica, al representar no solo una herramienta, siquiera una forma de expresión, sino un elemento constitutivo de nuestro pensar y conocer. De nuestro ser.
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Referencias.
• N. Chomsky, Conferencias.
• H. Maturana “Biología del Conocimiento”.
• E. Husserl “Ideas relativas a una fenomenología pura”.
• G. Montaldo “Mala Educación”.

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